sábado, agosto 11, 2007

Un barco en la lejanía


Eras esa nube de forma caprichosa que me inventé hace un millón de tardes en el techo de mi habitación. O esa mirada casual al doblar la esquina, que miente infinitamente mejor que cien mil promesas eternas. Eras la estrofa de una canción que siempre olvidaba recordar. Y a veces eras un vacío insondable con el que llenarme por dentro. Todo lo que eras me cabía en una gota de agua, en un puñado de arena, aunque siempre te escapases por entre mis dedos. Eras una idea absurda, desesperada y desesperante. Un sueño roto en mil pedazos y recompuesto cada madrugada. Un destello violeta entre las antenas que apuñalan el cielo. Eras el viento con olor a añoranza que me ayudaba a no tener los pies en el suelo. Eras la mejor compañía para seguir queriendo estar solo. El fuego dulce que sólo adivinaba y me hacía estremecer. Una sombra equivocada, un error incomprensible. Eras una buena razón para vivir y también para morirme. Desde hace unos días, eres un nombre y una voz. Unos ojos en los que perder todo mi tiempo. La respuesta exacta a cualquier pregunta lanzada al aire. Eres, como yo, un encuentro fugaz, que tardará en morir lo que tarde en llegar el despertar. Eres todo y nada más.