domingo, junio 15, 2008

Las horas


Aquella mañana desperté con la sensación de que me hallaba ante un período de especial felicidad, lleno de promesas. Anticipándome a ella. Me equivocaba. Me equivocaba al pensar que esa felicidad estaba próxima, o al caer. Me equivocaba porque la felicidad era eso. Era ese momento. Y cuando fui consciente de ello, ya era tarde. Como cada vez que pretendo apresar un instante. Siempre es tarde, porque cuando lo veo ante mis ojos, está pasando de largo. De nada sirve alargar los brazos, intentar discernir su olor o inventarme un nombre para él. Muchas veces me siento como Meryl Streep ante su amigo moribundo, tratando de explicarle (de explicarme) los mecanismos del tiempo vivificador y del tiempo asesino, que en el fondo son lo mismo. Las horas que sólo podemos identificar cuando ya no existen. Impenetrables. Secretas. Misteriosas. Las horas escondidas en que nunca terminamos de vivir ni de morir del todo. Mientras tanto, perdemos siglos pretendiendo entender centésimas de segundo. Cuando me miro al espejo y me veo envejecer. Cuando el cristal me devuelve su reflejo demasiado tarde. Quiero entender lo inexplicable, para ser consciente de ello. Necesito saberme testigo de mi propia vida. Siempre corriendo detrás suyo. Siempre detrás de mi sombra. Que aquella mañana y todo lo que vino con ella no llegue de repente, sin más. Que antes de aquella mañana haya muchas noches en vela, en que me pueda sentar a esperarla.

1 Comments:

At 8:42 p. m., Blogger Musa Ambulante said...

Lo malo de la felicidad es que te despacha tan pronto como el médico de cabecera.

A lo mejor tendríamos que ser todos enfermos terminales.

;)

 

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