"Spider", de David Cronenberg
La partitura de Howard Shore, con un piano de tono clásico y de inequívoca belleza, tan agradable y perturbadora a la vez como el compositor nos tiene acostumbrados, nos introduce en la historia.
En un plano sostenido lleno de rostros anónimos desfilando por un andén y tras una breve pausa llena de intencionalidad, asistimos a la aparición del personaje de Ralph Fiennes. No sabemos de dónde viene, pero simplemente en ese primer plano general nos habla mucho de sí mismo. Un tipo esquivo e inescrutable.
Esa mirada extraviada del actor británico que ya en otras ocasiones nos ha mostrado, sirve para reflejar el abismo interior del personaje, en el marco de una interpretación contenida, pese a lo que pueda parecer.
En esas primeras secuencias, el piano de Shore transmite una calma tensa, llena de premoniciones. Como una nana que preludia pesadillas.
A partir de ahí, tras unos primeros pasajes que captan nuestra atención mientras jugamos a adivinar qué camino va a tomar la narración, asisitimos al devenir de Spider como fantasma corpóreo, dentro de su propia existencia. Moldeando la realidad según su mirada alucinada. Una mirada en apariencia serena, pero de la que nunca es dueño en realidad. Que le desafía y le arrastra.
En un fascinante ejercicio cinematográfico, Cronenberg construye el drama interior del protagonista, como si de una película de terror se tratase. Llena de recodos en sombras, de miradas acechantes, con personajes típicamente terroríficos, como la puta que no deja de ser una “bruja mala” de cuento.
La metáfora de la tela de araña como arma y protección a la vez, el puzzle que Spider trata de construir en la casa de huéspedes, vano empeño de dibujar una imagen liberadora frente a su tortura mental. Todo el filme está lleno de pequeños hallazgos, unos más evidentes que otros, pero que continuamente desafían al entendimiento del espectador y lo estimulan.
A pesar de tratarse de una historia ajena, Cronenberg la hace suya desde el primer instante, no sólo por la turbiedad que destila, sino también en lo formal, a base de planos intensos, muchas veces captando las figuras desde un nivel inferior, consiguiendo que éstas llenen la pantalla de ominosidad e inquietud.
Los propios exteriores de la película muestran la misma desolación que los interiores. Los decorados, monocordes y sucios. La luz, apenas cambiante.
Desde el punto de vista argumental, es fascinante el modo en que el personaje de la madre, magníficamente interpretado por Miranda Richardson, se adueña de la acción, introduciendo al espectador en la misma zozobra que a Fiennes. Y es que paulatinamente, se nos obliga a tomar parte en ese vértigo infernal que es la realidad para el protagonista. Momentos como el que nos muestra a Fiennes oliendo el abrigo de piel de leopardo dentro del armario de la casera, provocan un malestar, un mareo casi físico.
Resulta también muy logrado el tono narrativo, que suave pero firmemente nos va provocando mayor desconcierto, dándonos la sensación de que cada vez penetramos más y más en la negrura de una pesadilla que no sabemos cómo terminará y ni siquiera si tendrá fin. Del mismo modo que posiblemente nunca lleguemos a conocer la verdad del personaje, que a su vez tampoco sabrá jamás distinguir entre lo que es real y lo que es exclusivamente fruto de su imaginación enfermiza.
Un Cronenberg “mayor”, en definitiva. Lleno de madurez, pero sin renunciar a las constantes de su obra. Convirtiendo la contención formal en algo intenso y perturbador, tras las estridencias visuales de su última etapa (“Crash”, “eXistenZ”…) y antes de retomar su tono más comercial con la estimable pero definitivamente menos arriesgada y conseguida “Una historia de violencia”.
3 Comments:
Veo que te has puesto las pilas en esto del blog :-)
Oye, muy interesante tu críticia de la peli, de veras me ha gustado. Sigue así ;-)
Gracias, niño. :)
No sólo un Cronenberg mayor... sino el MAYOR Cronenberg
Muy buena critica.
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