viernes, diciembre 11, 2009

Sala de embarque


Tras la inmensa cristalera. Esperando. Afuera, tránsito de máquinas inmensas y ruidosas. Adentro, tránsito de emociones demoledoras y calladas. El silencio de la espera, música de acompañamiento para los puntos y final entre el ayer que ya no se atreve a mirarte a la cara y el mañana que no te conoce. Los rostros serán máscaras para disimular la carne desgarrada de todas las almas, palpitante rumor. Voces que no dicen nada y altavoces que sentencian a muerte el pasado. Un poco antes, alguien quiso confiscarte el orgullo, porque la máquina te delató. Levantaste los brazos, para demostrarle a ese autómata que no eres más real que él. Entonces te dejó pasar. Y ahora cruzas las piernas en un último intento por aferrarte a la inseguridad que precede a lo inevitable. En el colmo de la mala suerte, no hay retrasos. Al menos, si tuvieses que pasar la noche tras ese cristal que te separa del mundo, tendrías toda la oscuridad para ti, para pedirle consejo. Pero estás ahí, a cielo abierto. A punto de surcar el espacio que te llevará a lugares de tu existencia que nunca imaginaste reales. No hay vuelta atrás. Y mientras tú vas, otros vienen. A ocupar tu lugar en el ancho vacío de la incertidumbre. Has traspasado la línea y ya no eres más que otro juguete del viento. Vuelves la cabeza de refilón y te parece haber visto una sombra de ti, aún sentada, para siempre. Tras la inmensa cristalera. Esperando.