viernes, noviembre 10, 2006

Hola, es viernes y soy estúpido



Porque me invento un fin de semana que parece algo distinto y en realidad va a estar lleno de las mismas horas inútiles. Quiero rebelarme contra esa sensación de ser un juguete del viento de los días, yendo de la felicidad más ridícula a la depresión más absurda. Pero no lo consigo. No puedo evitar que ahora mismo me quepa más aire en el pecho, que los demás me vean contento, que me den vueltas en la cabeza mil y un pequeños proyectos que el lunes por la mañana se habrán disipado sin dejar rastro y por supuesto, sin llegar a realizarse. Al fin y al cabo las agujas del reloj van a dar las mismas vueltas, voy a ver los mismos rostros de siempre (porque los rostros desconocidos también son los mismos repetidos) y nada va a suceder que justifique esta sonrisa idiota. Y eso que todavía no me he tomado ninguna cerveza. Esta noche todavía será peor. No va a ser un fin de semana interminable, del mismo modo que el lunes no dará inicio a una semana eterna. Pero yo seguiré presa de las mismas sensaciones, como una máquina que no cambia de combustible y que parece programada para sonreír o fruncir el ceño a horas fijas. ¿Dónde está la estabilidad?, ¿dónde está el punto medio?, ¿dónde está la indiferencia? Me gustaría ser dueño de mis emociones. Y no es que esta euforia sea desagradable. Es sólo que va acompañada irremisiblemente del temor a que se termine. Hace tiempo que no consigo desprenderme de ese miedo. Cada vez que me siento bien, tener la sensación de que tarde o temprano tendré que pagar algún precio. Qué mal rollete, amigos. En fin, tenía la esperanza de que tras escribir esto, mi ánimo se habría estabilizado, pero… para nada. Creo que todavía estoy más animado que antes. ¿No es para desesperarse?

6 Comments:

At 5:14 p. m., Blogger Qué fue de BabyJane said...

No me deprimas...que es Viernes. Sólo consiento que me depriman los Lunes.

 
At 11:33 p. m., Blogger Tyla said...

Pues no lo pretendía, en serio. Al contrario, me hubiese gustado contagiarte un poco de mi absurda felicidad.

 
At 1:00 p. m., Anonymous Anónimo said...

No es deprimente estar feliz. A mi me ha animado el hecho de que me digas que vas a tener un fin de semana que no será interminable, y que dará paso a una semana que no será eterna.
¿Qué sonríes? ... Pues regálamela, y no preguntes por qué. Yo tampoco lo haré. Y no pienses qué vendrá después.
A mi no me importa, y a ti seguro que tampoco.

Muchos besos.
Lorena.

 
At 1:18 p. m., Blogger Tyla said...

Te planto mi sonrisa en donde quieras, guapa!! :D

 
At 4:16 a. m., Blogger Gabby said...

Pasar de la euforia de la felicidad a la mas desgastante depresión es algo más común de lo que imaginas, y el maldito reloj que no se detiene jamás... Si a todo eso le agregas esa soledad interna que a veces parece invadir las emociones, tienes como resultado un fin de semana más desperdiciado entre 4 paredes que la vida no te regresará jamás.
Qué queda? Intentar sonreír más y salir corriendo a mezclarse entre esas caras conocidas antes de que la vida se escape y no sepamos por donde lo hizo... ;)

 
At 3:20 p. m., Anonymous Anónimo said...

"Y no es que esta euforia sea desagradable. Es sólo que va acompañada irremisiblemente del temor a que se termine. Hace tiempo que no consigo desprenderme de ese miedo. Cada vez que me siento bien, tener la sensación de que tarde o temprano tendré que pagar algún precio."

A mí también me pasa, hay temporadas en las que soy capaz de disfrutar sin más de la vida pero otras, a pesar de tener todos los motivos para ser feliz, es una felicidad agridulce porque está mezclada con una sensación de fatalidad, con ese pensamiento de que necesariamente se va a terminar de un modo abrupto y definitivo. Tengo miedo de todo y no soy capaz de sacurdírmelo de encima. Es lo que tiene la experiencia.

Pero no creo que tengamos que pagar un precio por nada sino que la vida es tan variable, tan cruel si quieres, que no existe ninguna garantía de que nada dure ni un minuto y que un día estás en la cima y luego, sin más, sin motivos ni razones, te encuentras que todo se ha venido abajo sin que en nada haya dependido de ti. No somos nada, no tenemos garantía de nada ni podemos pedirla ni pensar que tenemos derecho a ella. Hay que vivir al día, al minuto, hay que disfrutar cada segundo. Una canción, una charla, una conexión mental, un libro, un paseo...

 

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