jueves, enero 14, 2010

Sentado en el borde del mundo, con las piernas colgando


Amanece, que no es mucho. Y desde la pendiente se divisa la caída mucho mejor que desde las alturas, que no suelen estar a la altura de lo que uno esperaba durante la subida. Prefiero pender, que depender. Pasé demasiado tiempo buscando algo sin suerte, pero el error estaba en lo que esperaba encontrar. El verdadero triunfo es la serenidad. La victoria es el tedio. Pedir calma es, en ocasiones, pedir el bien más preciado. No sentirte presionado ni al borde de nada. Simplemente, en mitad de ninguna parte, que es lo mismo que decir en mitad de cualquier sitio. Cuando te acercas a algo, te estás alejando de algo más. Por eso prefiero el viaje sin mapas, ni destino. Si ahora me preguntas dónde está la felicidad, lo tengo claro: en la indolencia. Dejarte llevar por la plácida melodía del paso del tiempo. Tiempo que ni se gana, ni se pierde, porque no tiene precio alguno. Hallar el placer divisando al detalle como todos corren y se detienen. Observar la urgencia con que escapan de sí mismos para llegar a sus propias prisiones. A mí dejadme, balanceando las piernas en esta cornisa de mullida indiferencia.