lunes, enero 04, 2010

El cielo no se aclara


Estos días han pasado volando a velocidad de boeing que repatria corazones incendiados. No me han dicho nada especial. Han sido horas llenadas a fuerza de hacer cosas con desgana, que es una de las formas de energía más potentes que puedo imaginar. Año nuevo y días viejos. Lluvia y frío que te hacen contar hasta diez y hasta menos diez. El diablo de cara y el santo de culo. Estás, pero no estás. Hablas, pero no dices nada. Por la mañana, el cielo parece prometer un poco más de claridad, pero es una oferta engañosa, como una mala rebaja de enero. Ni el mismo cielo lo tiene claro. ¿Cómo van a aclararse este montón de huesos unidos de milagro? Ni juntos, ni por separado. Desorden en el pensamiento. Lengua de trapo, lengua estofada, lengua de mariposa... ¿qué esperas escuchar de mí? Congruencia de urgencia, clarividente por accidente. No me esperes más. Llegaré tarde, porque aún no me he marchado de tu lado. Cada vez que me ves me parto de risa y cuando apartas la vista me parto la crisma. Confías en mi integridad, pero soy la rebanada de pan integral que se rompe nada más salir de la bolsa. Menos mal que soy casi independiente. Sólo dependo de la fuerza de la gravedad, o sea que lo mío es grave. ¿Qué culpa tengo de estar en las nubes, si las nubes lo mismo parecen ositos que desatan tormentas? Como la lluvia inocua o la lluvia que causa estragos, siempre sin querer. La culpa es del cielo, que no se aclara.