viernes, diciembre 25, 2009

Las últimas luces encendidas


Me sorprenden, me llaman la atención, me buscan. Son como señales de aviso. Pero no sé muy bien sobre qué advierten. En la última ventana del gran edificio vacío rodeado de oscuridad; en el escaparate de una tienda, como velando el sueño de los maniquíes inquietos, atrayendo la curiosidad de nadie; un neón burbujeante que disimula con esforzada alegría y chispea por no apagarse; una farola del callejón sin salida, que atrae a toda clase de bichos nocturnos, de cuatro, ocho o dos patas; luminoso de una carretera secundaria, testigo mudo de los que huyen a toda velocidad, sin mirar atrás; la lámpara al final del largo pasillo en tinieblas... Son centinelas de lo ignorado. De todo aquello en lo que nadie se detiene. Sin embargo, ahí están. Fugaces signos de identidad. Despiertas luces muertas, que ocultan más que enseñan. Hablan un lenguaje indescifrable, que acaso no explique nada, pero que me suscita curiosidad. Son el reverso de las sombras perdidas de la tarde. Y como aquéllas, se extinguen en silencio, sin que nadie lo advierta. Cuando la vida eche a andar de nuevo y no tengan sentido las preguntas sin respuesta. Empiezan a soñar cuando tú despiertas. Con todo lo que han visto y callado. Las últimas luces encendidas, te llaman si no las ves y se apagan cuando las miras.