Lord Dunsany mola
El Náufrago se recostó en su mecedora a primeras horas de la tarde, junto a la ventana, mientras el aliento oceánico lo envolvía todo. Entrecerró los ojos y dejó que su alma echase a volar, guiada por el canto de las aves marinas. Se dirigió con ellas hacia tierras lejanas, como la ignota Zandith, con sus torres hechas de viento y su fulgor violáceo. En Zandith los hombres se deslizaban por las calles de arena gris y los Dioses dejaban escuchar su canto periódicamente, anunciando la llegada de las nubes púrpuras, cargadas de sueños para los jóvenes de la ciudad, quienes dedicaban su vida a construir con ellos las esculturas que adornaban la muralla que lindaba con el Más Allá. El Náufrago se deleitó con aquel aroma a jazmines que restallaban con un sonido perfectamente audible y al cabo de un tiempo indeterminado (puesto que en Zandith el tiempo marchaba hacia atrás) siguió su vuelo encaramado al canto de las aves. Divisó desde las alturas el resplandor del Anyett, el río de aguas doradas del que las gentes de todo su entorno acudían para beber y que poseía la cualidad del olvido. Junto a la orilla, las siluetas en descomposición de quienes habían bebido de él en exceso y habían olvidado el camino de regreso a casa. El cielo se transformó en una maraña espesa y gelatinosa, mientras lejanos lamentos parecían acercarse progresivamente. Algunas aves, no pudiendo soportar la pena de aquellas voces desesperadas, se estrellaban contra los riscos más elevados. Con toda seguridad, se trataba de los habitantes de Astherotz, que eran los custodios de todas las penas de amor de los suicidas. El Náufrago se llevó las manos a los oídos, a fin de no dejarse llevar por aquel rumor tan doloroso e insoportable. Pero no pudo evitar que una lágrima impotente se precipitase a través del aire, dejando una estela plateada. Al fin, el cielo empezó a abrirse y un nuevo paisaje comenzó a llenarlo todo. Una miríada de ojos abiertos de par en par rodeaban al viajero. Miradas de toda índole suspendidas frente a él, unas suplicantes, otras sonrientes, cada una con su propia voz silenciosa. Le pareció reconocer a una en particular, pero antes de poder dirigirse a ella, ya la había dejado atrás. En ese preciso instante, todas parpadearon a la vez y un furioso viento le impulsó a gran velocidad, no sin antes dejar en él una vaga sensación de inquietud. Como si acabase de suceder algo cuyo verdadero alcance se le escapaba. Cuando le pareció que había transcurrido una eternidad entre espacios de insondable vacío, sin color, sin aroma alguno, sin aire ni luz, reconoció la antigua playa donde su viejo cuerpo habitaba. Y con un suspiro, se sintió al fin de nuevo en tierra firme, sentado en su querida mecedora y divisando la belleza del crepúsculo sobre la isla. Como siempre que retornaba de uno de sus viajes, una enorme nostalgia le embargó. Y se prometió a sí mismo que no pasaría mucho tiempo hasta que otra vez se reencontrase con los Otros Mundos, donde las criaturas más extraordinarias se solazan con los Dioses y las vidas transcurren ociosas.
2 Comments:
Sí que mola sí.
Es flipante.
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