lunes, mayo 07, 2007

Hoy, en el autobús: Ana


Ana piensa en la semana que le espera. Mientras se suceden las paradas, no puede evitar anticiparse al agobio de cinco días llenos de prisa. Es como si a sus cuarenta años tuviese que correr mucho, para tratar de recuperar todo el tiempo que se le ha ido escapando, casi sin darse cuenta. Tal vez por eso se aferra a su trabajo, como quien se agarra a una tabla de madera que flota en mitad de un naufragio. Olas de recuerdos la rodean. Olas que se deshacen las unas contra las otras. Hace unos meses, cuando decidió volver a trabajar después de varios años en casa cuidando de su pequeño, todo eran expectativas e ilusiones renovadas. Era un reenganche al mundo exterior, a la vida activa. Pero conforme ha ido pasando el tiempo, se ha ido dando cuenta de que la desidia y el aburrimiento tan sólo han dejado paso al apresuramiento y el cansancio. Y lo peor es sentirse reflejada en esos otros rostros anónimos de la marea cotidiana, como los que ahora la rodean en el autobús, porque no atisba en ellos nada de lo que ella quisiera encontrar cuando sale a trabajar cada mañana. De momento no ha aceptado rendirse, porque a pesar de todo, la sola idea de volver a todas esos días repletos de silencio en la casa, le llena de tristeza. Pero desde hace unas semanas, una sensación de fracaso se deja sentir de vez en cuando. El vehículo frena y se abren las puertas. Ana se apea y camina. Camina muy deprisa. Alguien se la queda mirando y tiene la sensación de que esa mujer bien arreglada pero con rostro cansado, más que llegar tarde, se escapa de algo.