jueves, mayo 03, 2007

Hoy, en el autobús: Alfredo


Alfredo viste una cazadora de cuero marrón, camisa amarilla y unos pantalones verdes. Debe tener unos 35 años y lleva barba. Pelo castaño y ojos claros. A primera hora de la mañana ha cogido el autobús, para ir a trabajar. Su semblante es sereno y serio, aunque no alcanza la tristeza. Más bien se diría que expresa un conformismo resignado. Seguramente no ha dormido bien, porque bosteza en un par de ocasiones. También se remueve varias veces en el asiento del bus, como si no acabase de encontrar la postura. De vez en cuando mira por la ventanilla, hacia las calles aún no demasiado transitadas, pero no parece que nada capte especialmente su atención. En realidad, durante la mayor parte del trayecto está mirando al vacío. Por un momento, parece a punto de iniciar un gesto que rompa esa calma aparente, pero soy incapaz de adivinar en qué sentido. Finalmente no es así. Continúa quieto y callado, como si en el último momento se lo hubiese pensado mejor, o no hubiese encontrado la forma adecuada de mostrar lo que quería mostrar. Yo creo que se siente un poco perdido, en mitad de la ciudad, en mitad de la semana, en mitad de ninguna parte. No va a tomar ninguna decisión, porque no parece haber opciones por las que decantarse. Éste va a ser un día como cualquier otro, que pasa y ni siquiera se olvida, porque en ningún momento se ha llegado a vivir conscientemente. Un día que se confundirá con muchos otros, en la maraña de los gestos cotidianos y de las jornadas grises. Final de trayecto. Sólo quedamos cuatro o cinco pasajeros al llegar la última parada, además de Alfredo. Pero él es el último en bajar. De hecho, tarda más de lo que debería, como si no supiese que ése es el punto de destino. O como si no quisiese saberlo.