miércoles, mayo 07, 2008

Una cualquiera de las últimas mañanas


Llego muy pronto. Están casi todas las luces apagadas. Me encuentro a C. en la escalera y me dice que hemos madrugado demasiado.

T. hace el típico comentario de la máquina de fichar y los dedos que no terminan de funcionar bien. Intento hacer ver que me hace gracia, como siempre. Creo que cada vez se me nota más y que ya no le caigo tan bien como al principio. De hecho, juraría que me quitó de encima aquel marrón porque ya sabía que tenía los días contados.

Conforme pasan los minutos, van llegando desde el pasillo las voces de otros que fichan y hablan solos con la máquina. Qué buena idea sería la de poner ahí una cámara oculta. Aunque ahora que lo pienso, nadie me asegura que no esté puesta.

Repaso las webs habituales. No parece que haya pasado gran cosa. Catástrofes intercambiables unas con otras, líneas y líneas de texto de relleno e imágenes que no valen más que todas esas palabras, porque son igual de insípidas.

Hoy estoy bastante solo porque A. se ha ido a su país y M. se ha cogido día libre.

Poco a poco me voy haciendo a la idea de que esto se acaba e intento ver el lado positivo. Me sorprende comprobar que no me cuesta demasiado encontrarlo. Ya hace meses que me siento prescindible en este sitio y que me apetece cambiar de ambiente, o simplemente poder ser el dueño del tiempo que pierdo. Además, también D. se va a marchar, poco antes o poco después que yo. Todo será que en algún momento esté echando de menos todo esto y dándome de cabezazos. Pero al fin y al cabo, tampoco depende de mí.

Viene M. y se sorprende de verme en mi actual ubicación. Ya hace tres meses que estoy aquí, pero ella aún no se había enterado. Me alegra ver que hay gente todavía más fuera de onda que yo. Seguramente a causa de la sorpresa, tan sólo ha sido capaz de contarme dos o tres anécdotas "interesantísimas" de las suyas. Creo que, decididamente, ésta es una de las cosas que no voy a echar de menos.

Hoy parece uno de esos días de calma tensa, en que aparentemente no hay mucho trabajo, pero que de repente dan un vuelco con siete cosas que surgen de repente. Todas ellas urgentes, por supuesto.

Tarareo por lo bajo: tú te crees que yo me invento de qué color es el viento, me lo encuentro por la calle y siempre paro a hablar con él. Y hace tiempo que no miento y no pienso volverme atrás, si no puedo equivocarme ponme riendas y un bozal.

Ese Robe, siempre tan oportuno.

Anda! Hoy S. ha venido vestida de primavera. Y tiene una expresión bastante especial.

Qué sonrisa tan rara...

No entiendo cómo es posible que C. todavía tenga encendido el calefactor en su despacho. Abres la puerta y aquello es un microclima infernal. Y qué tono tan atractivo le dan a su voz los aparatos en los dientes. Me encanta la manera tan firme y elegante que tiene de quitarse de encima a los plastas que atiende.

Joder... el tío que cambia los contenedores de reciclar papel cada vez me da más miedo. Cualquier día me encuentro su cara en el periódico. Cuando pasa por detrás de mí con la carretilla, le miro de reojo, porque no me fío. Lo que lleva en el bolsillo lo mismo puede ser un móvil que un cuchillo jamonero.

Cómo se nota a faltar a A. Tiene esa alegría contagiosa que no te importa si es verdadera o fingida. En unos pocos días se ha quitado de encima a un jefe odioso y a un marido peor aún. Sí. Seguro que es verdadera.

Hoy las musarañas están más aburridas que nunca. Y hablando de musarañas, me he acordado de Bloodymara. Voy a pasarme por su blog, que hace tiempo que no sé nada de ella.

Ya tá.

Creo que saldré a dar una vuelta.

Al doblar la esquina ha pasado P. y he hecho ver que no le veía. Creo que se ha dado cuenta. Y me ha sabido mal. Consecuencia: diez minutos comiéndome el tarro tontamente. Le podía haber saludado y me lo habría ahorrado. Lo recordaré para la próxima vez. Aunque lo más seguro es que no lo recuerde y haga lo mismo.

La calle estaba llena de hooligans camuflados con mujeres, niños y cámaras digitales y de viejos de esos que tienen la asombrosa capacidad de ocupar toda la acera cuando caminan a paso de tortuga, aunque midan un metro veinte y pesen cuarenta kilos.

Me sorprendo de la cantidad de negocios que están cerrando o traspasándose. Cada mañana me encuentro con uno. Como siempre, haciendo gala de mi prodigioso don de la oportunidad, quedándome en paro en el momento más desaconsejable.

Así que sigo tarareando: No sé si atracar un banco, o irme a desintoxicar. Para qué quiero el dinero si todo me sienta mal.

Me llegan señales de alerta, porque me estoy empezando a reír demasiado histéricamente de mí mismo, lo cual suele ser signo de próximo bajón anímico. Ommmmmm...!

Y con esto y un bizcocho, ha pasado la mitad de la jornada. Ahora sólo me queda la segunda mitad, que siempre parece durar siete veces más.

Por santa penélope de todas las cruces, qué aburridísimos están hoy los foros. En cambio, seguro que si estuviese hasta el culo de trabajo, habría ochenta hilos interesantes. Es matemático y está comprobado. Tendría que haber una entrada en la wikipedia hablando sobre ello: la Ley del Interés Foril Progresivamente Creciente o Decreciente Según el Tiempo de que se Dispone. Demasiado largo. Que lo llamen Ley Maburro. Estoy por participar en un encadenado de esos. No. Un momento. Quieto parao. No estoy tan desesperado.

Ha vuelto a pasar S. dos o tres veces a lo largo de este rato y sigue mostrando un brillo distinto en los ojos. No es normal que se pasee tanto. Me da la sensación de que tiene muchas ganas de contar algo, pero no sabe a quién.

Caray!! Diez "minutazos" desde que he mirado el reloj. El tiempo va más despacio que los viejos de metro veinte.

Qué pesado está T. con la reunión de la semana que viene. Ni que fuese una cumbre de la OTAN. Si los aires de grandeza se pudiesen medir, éste tendría para abrir una central eólica. Lo malo es que como todos saben lo cansino que es, me piden las cosas a mí. A ver si se va de viaje unos días. Aunque luego se empeñará en enseñarme las fotos. No sé qué es peor.

Aagghh!! He salido a desayunar demasiado pronto. Esto se hace interminable y ahora casi no hay nadie, porque todo el mundo ha salido. Es la típica hora en que empiezan a sonar los teléfonos y sólo estoy yo para cogerlos.

Bueno, dos horas y veinte minutos más y a casa. Lo que dura "Mulholland Drive". ¿Qué más películas hay que duren ciento cuarenta minutos? ¿"Independence Day"?, ¿"Armaggedon"? Vaya, por lo visto es una duración estandard para los bodrios de acción, con la excepción de la de Lynch, claro. Ahora que pienso, creo que "La condesa descalza" también dura eso. Pues nada, esta ley no se cumple.

¿Qué decía? Ahí está. El teléfono de M. Pues que lo coja Rita (si es que no ha salido a desayunar).

Más señales de alarma. Estoy empezando a sobrepasar peligrosamente el nivel habitual de paridas en los foros. Y eso que no cuento las de esta entrada (si es que al final la publico, que cada vez lo tengo menos claro).

Cumplo a rajatabla (bueno, tan a rajatabla como puedo) el sabio consejo de Stephen King de reducir al mínimo la cantidad de adverbios de modo, al escribir. Pero me resulta verdaderamente (ouch!) difícil.

Tenía que hacer algo de camino a casa, pero se me ha ido completam... por completo de la cabeza. Ah, sí. Pasar por el súper. Ahora sólo falta que me acuerde de qué tenía que comprar. Y esta noche el Madrid-Barça. Como se le ocurra al vecino de al lado traerse a los amigos para verlo por la tele y quedarse hasta las dos de la madrugada haciendo otra vez el cafre, mañana en el periódico salgo yo, al lado del tío del contenedor del papel para reciclar.

Albricias! T. se va y ya no vuelve hasta mañana. Ahora podré aburrirme esta hora y tres cuartos que queda con toda tranquilidad. Estos ciento cinco minutos que es lo que dura, por ejemplo, "Escalofrío en la noche". Hace tiempo que no veo esa peli.

Hora y media. Parece que el foro se anima, sale el sol y el teléfono vuelve a sonar. Bueno, ahora sí lo cojo. Vaya manera de meter la gamba. Toda la mañana diciéndole a la gente que M. se había cogido día libre y en realidad ha estado reunido fuera. Qué gran profesional van a perder cuando me den la patada.

Ahora entra un señor con un bigote inmenso (ahí hay más pelo que en mis dos piernas juntas) y me pilla en mitad de un bostezo. Bravo y hurra. Ésta es la imagen que hay que transmitir. Lo siento, señor que se parece a Íñigo. Es que llevo aquí toda la mañana aburriéndome y sólo me quedan ochenta minutos (que es lo que dura "Top Secret", para que se haga usted una idea) para irme a casa a comer, no sin antes pasar por el supermercado a comprar algo que soy incapaz de recordar. Ya sabrá usted disculparme. ¿Se puede decir todo esto con una sonrisa de circunstancias? Espero que sí.

Y vueeeelve a sonar el teléfono. Ahora toca no cogerlo. Aunque mi instinto me dice que debería hacerlo. Y ajá!! Es T. que llama para controlar que no me haya ido. Es tan previsible en esto como en todo lo demás.

Una señora que entra preguntando si es aquí donde dan trabajo de limpiadora. Le estoy a punto de decir: no, aquí no es, pero si lo encuentra, llámeme. Pero me limito a decirle que pruebe en el tercer piso, que creo que es allí donde buscan gente. Me contesta, muy convencida, que probará primero en el segundo y no encuentro ninguna razón de peso para rebatírselo. Que pregunte donde quiera.

Con considerable retraso sobre el horario habitual, me llega la batería de emails inútiles de A. Aunque, en honor a la verdad, hay que decir que inútiles del todo no son, puesto que sirven para llenarme el disco duro y no dejarme guardar cosas que sí me interesan. Así que... papelera: ábrete. Allí que van a parar todos, no sin antes recordar cagarme en los muertos del que inventó los powerpoints con cadenas de amistad, ésas que si las rompes, juran y perjuran que se te aparecerá a los pies de la cama Antonio Gala en tanga de leopardo recitándote poemas de Benedetti.

Atención. Oigo por el pasillo la voz de M.A. Maldita sea, pasa de largo. Ya no me quiereeeee... Me da igual, sólo queda media hora. Ahora mismo ni siquiera el desamor puede conmigo.

Sería cuestión de ir acordándome de qué demonios tengo que comprar, puesto que se acerca el momento y es bastante probable que la cajera del súper no lo sepa, ni siquiera los reponedores.

Último viaje al meadero, que hoy huele un poco menos mal de lo habitual. Será que se va acercando el fin de semana y empiezo a verlo (y olerlo) todo de otra manera. Por cierto, que no quisiera quedarme nunca encerrado en ese baño. La única ventana que hay da a un patio que pertenece a una vieja algo siniestra. Es de esas viejas que siempre me han dado miedo, como la del cuento de Pedro Antonio de Alarcón, "La mujer alta".

F. (érase un hombre a una horrible corbata pegado) ha venido y me ha preguntado por no sé qué historia de hace no sé cuánto tiempo que acabó no sé cómo. Diría que se ha marchado con más interrogantes en la cabeza que al entrar.

Y por fin..., qué ven mis ojos! Es la hora de irse. ¿Publico o no publico? Venga, lo publico.

Ahora es cuando le doy a enviar y se cuelga el asunto.




P.D. Patatas. Tenía que comprar patatas.