jueves, diciembre 31, 2009

Pasar la página...


...y encontrar una hoja en blanco.

miércoles, diciembre 30, 2009

Un reflejo de ti


¿Qué ven los demás cuando te miran a los ojos? ¿Y cuándo te escuchan, o piensan en ti? Partes por separado, un todo conjunto... Tal vez una imagen en las antípodas de la que tienes tú mismo, si es que tienes alguna. Tu nombre en la mente de los otros seguramente arrastra una cadena de pensamientos con eslabones prendidos al azar. ¿Te importa saber cómo te ven? ¿Eres consciente de que es posible que nadie te conozca realmente? Reflejos distorsionados, imágenes desdibujadas... Las que tú mismo observas, al contemplarte. Cada mañana distinta, varias veces rota y recompuesta, al cabo del día. La fiebre de la inconsistencia. Eres como un firmamento en el que a cada rato se escribe un paisaje diferente, siempre cambiante, del que nunca eres dueño. Luchas por construir una ficción que te sostenga y te apoye. Pero al final te derrumbas. A solas, o en compañía de otros, que podrán fijarse o no. Y luego recoger tus pedazos, desechar aquellos en los que ni tú mismo crees y volver a empezar. ¿Qué es lo que queda, al final? Y lo más terrible de todo, ¿qué es lo real? Podrías ser una sombra.

martes, diciembre 29, 2009

Esos edificios extraños


O más que extraños, difíciles. Difíciles, porque te pierdes. Me encantan esos edificios mal señalizados, tortuosos, que en su interior albergan un montón de negocios y lugares distintos, que no tienen nada que ver entre sí. En mi ciudad conozco uno en especial. Según a qué hora vayas, puedes ir encontrándote en cada recodo repentino una persona igual de desorientada que tú, que se cruza en tu camino y en el momento de verte, aviva el paso y finge que sabe por dónde va (tú haces lo mismo, claro). Pero a otras horas, más intempestivas, te puedes llegar a encontrar completamente solo, perdido. Porque no está hecho de pasillos largos, sino de "eses" y "enes" mareantes. Llenas de puertas con distinta forma y color. Cada una con su rótulo indicativo. Encontrarás abogados, médicos, notarios, fisioterapeutas, psicólogos, detectives... Con un poco de imaginación, si te paras en mitad de uno cualquiera de los corredores, puedes imaginar diez historias a la vez, una detrás de cada puerta. Una vez, en ese mismo edificio, tenía que ir a un despacho determinado del cuarto piso. Pues bien, al final encontré ese mismo despacho en la planta baja, después de dar innumerables vueltas. Estuve a punto de preguntar cómo era posible que aquel sitio estuviese a la vez en un cuarto piso y en la planta baja (por muchas vueltas que se diesen). Pero al final preferí no hacerlo. Por conservar el encanto del misterio. Y hoy he vuelto allí. A una de las oficinas en las que ya había estado antes. Sin embargo, me fue imposible recordar el camino y tardé lo indecible en llegar. Por fortuna. Secretamente sospecho que, cuando no hay nadie, el edificio deja de contener la respiración, se relaja, suelta el aire por las ventanas y reordena todas sus estancias, al azar. Como un mazo de cartas, "autobarajándose". Podría ser, podría ser...

lunes, diciembre 28, 2009

Tonos de azul


Seguramente empezó aquella tarde de primavera. Aquella tarde cuando, estando sentado en un banco del parque, se fijó en el fulgor del sol sobre los columpios de siempre. Un fulgor distinto. Apagado. Tal vez entonces no le dio importancia, porque aquellos días estaban llenos de acontecimientos y de otro tipo de preocupaciones. El caso es que, muchos años después, le vino a la mente aquella imagen. Y lo hizo de improviso, cuando le dio por cuestionarse sobre las diferentes etapas de su vida. A esa imagen siguieron otros pensamientos, acerca de hasta qué punto aquella capacidad estaba dentro de sí, o tal vez era algo que llegaba desde fuera y luego se volvía a ir. De cualquier forma, hay un punto en que el camino pasa de una atmósfera luminosa a un sonido triste. Como si el aire se llenase de tonos azules, da lo mismo la hora y el lugar. Cuando todos los caminos empiezan a recorrerse en soledad. Seguramente el color azul es el verdadero color de la realidad adulta. Porque todas las aventuras adolescentes son reversibles, mientras que cada puerta que abres más adelante, te conduce a un abismo que has de sortear. Fulgores apagados sobre un columpio mecido por la brisa de la tarde. Una más de esas catástrofes silenciosas.

domingo, diciembre 27, 2009

Rodeado de nadie


De repente, en esa secuencia de tensión extrema que siempre sabes que se terminará, pero aún así la sientes interminable. A tu alrededor, mil y un rostros que no dejan de hablar y de decir nada. Bocas en movimiento, sin cuerpos detrás. Así de irreal y de absurdo. Envuelto de tantas soledades anónimas, sin significado. Cómo puede pesar tanto el vacío. Cómo puede abrumar tanto. Al tiempo que la tarde se acorta, la presión se acelera. Y con ella el ruido que eres incapaz de escuchar. Ya sólo puedes desear escapar de todo ello y refugiarte en tu ángulo silencioso, que sí te cuenta cosas. En compañía de tu propia soledad y su voz dulce. Huir de los lugares comunes para esconderte en tu universo, a salvo del asalto de lo insustancial. Durante un momento te has sentido tentado de preguntarte cómo pueden todos ellos vivir así. Y qué soñarán o qué pensamientos tendrán. Pero es un enigma tan inmenso, que te desborda y te da vértigo. Prefieres inventarte las respuestas a tus propias preguntas. Buscar en la quietud firme y escapar del movimiento constante hacia ninguna parte. Recostarte en tu rincón oscuro, despertando de pronto, lejos de todo y de todos. Fin de etapa de la vuelta sobre sí mismo para el pez en bicicleta.

sábado, diciembre 26, 2009

Diálogos junto a la hoguera: Medianoche


-Ahí está otra vez, ¿lo oyes?
-Ñññññ...
-Toñito!!
-Mira que eres pesado... ¿qué quieres?
-El ruido, ¡otra vez!
-Aquí el único que hace ruido eres tú, que no hay quien duerma.
-Calla y escúchalo.
-No oigo nada.
-¿Y ahora? Mira, mira.... ahora!!
-Anda... sí. Es como un lamento.
-Sí... ¿será un fantasma?
-No jodas!
-Sí, sí... parece como de mujer.
-A ver, a ver... Es verdad, suena a voz de mujer.
-Yo tengo miedo. ¿Se lo decimos a los papas?
-Paso, paso... yo no me levanto.
-Uf... yo tampoco. Qué cague.
-Ahí está, otra vez. Brrrr!!!
-Creo que me voy a cagar encima.
-Es que suena muy cerca. Yo creo que está en esta misma habitación.
-Calla, joder!!
-Escucha, escucha...!
-Parece que dice algo...
-¿Qué?
-Sí... es como si hablase.
-Yo no lo entiendo. Es como un jadeo.
-No, pero dice algo.
-¿En castellano?
-No sé, suena raro...
-¿El gorro?
-¿Eh?
-Creo que ha dicho algo del gorro.
-No creo.
-Sí, sí... el gorro marrón, o el morro marrón...
-¿El porro?
-No, el porro no... el... "ME CORRO, CABRÓN", ha dicho "ME CORRO, CABRÓN"!!
-Uf... ya se ha callado.
-Menos mal.
-Toñito.
-¿Qué?
-Nada, que mejor no les decimos nada a los papas.
-No.
-Vale.

viernes, diciembre 25, 2009

Las últimas luces encendidas


Me sorprenden, me llaman la atención, me buscan. Son como señales de aviso. Pero no sé muy bien sobre qué advierten. En la última ventana del gran edificio vacío rodeado de oscuridad; en el escaparate de una tienda, como velando el sueño de los maniquíes inquietos, atrayendo la curiosidad de nadie; un neón burbujeante que disimula con esforzada alegría y chispea por no apagarse; una farola del callejón sin salida, que atrae a toda clase de bichos nocturnos, de cuatro, ocho o dos patas; luminoso de una carretera secundaria, testigo mudo de los que huyen a toda velocidad, sin mirar atrás; la lámpara al final del largo pasillo en tinieblas... Son centinelas de lo ignorado. De todo aquello en lo que nadie se detiene. Sin embargo, ahí están. Fugaces signos de identidad. Despiertas luces muertas, que ocultan más que enseñan. Hablan un lenguaje indescifrable, que acaso no explique nada, pero que me suscita curiosidad. Son el reverso de las sombras perdidas de la tarde. Y como aquéllas, se extinguen en silencio, sin que nadie lo advierta. Cuando la vida eche a andar de nuevo y no tengan sentido las preguntas sin respuesta. Empiezan a soñar cuando tú despiertas. Con todo lo que han visto y callado. Las últimas luces encendidas, te llaman si no las ves y se apagan cuando las miras.

jueves, diciembre 24, 2009

El ceremonial


En estos momentos se reunían, o se alejaban. Pero celebraban. Celebrábamos. La ceremonia de la continuidad. Del día siguiente, del año que vendría. De pedirle a la oscuridad que permita la llegada de la luz del sol. Y con ella la cotidianidad, el hastío y la indiferencia. Celebramos el seguir en la inercia, porque las alternativas no convencen. Desde el origen de los tiempos, el día a día. Con la falsa ilusión de permanencia, con la eternidad en el horizonte. Un horizonte que se acerca cada vez más, pero tras el cual aparece otro distinto. Siempre lejano. Siempre referente. Hoy celebramos tener la mirada al frente y ver algo. Como toda celebración, una repetición. Un hábito que se contagia y se imita. En ocasiones, improvisando un punto de partida. Una regeneración. Porque así debe ser. Desprenderse de lo sobrante, aunque no sea más que para vestirse con las mismas ropas, pero relucientes y a estrenar. Refundarte el alma, sin dejar de ser tú, a pesar de todo. Y mañana, a dejar la sonrisa y la esperanza en la silla del dormitorio, para cuando hagan falta. Andemos los mismos viejos caminos, como si fuese la primera vez. Esperemos que todo siga igual. Inclinémonos ante lo inmutable. Así sea.

miércoles, diciembre 23, 2009

C. V.


Ya sé que hoy estabas nerviosa. Seguramente era tu primer día, o uno de los primeros. Te habrás encontrado de todo, porque no es la época ideal para empezar en un trabajo así. A mí también me ha pasado. Muchas veces. Hay personas que están muy acostumbradas a cambiar de ambientes y entornos, así que no lo ven como un huracán a su alrededor. Tú sí. Tú eres como yo. Por un lado me daba cierto reparo observarte. Algunos de tus compañeros (pocos) te echaban una mano y lo hacían con buena fe. Otros, en cambio, se notaba que debían sentirse demasiado satisfechos notándose por encima tuyo como para rebajarse a empatizar contigo. Esa clase de pequeñas y mezquinas victorias son las que (supongo) deben dar sentido a sus existencias. Tú, con tu mejor sonrisa, lidiando cada cliente, cada pregunta, cada demanda, cada acción comprometida en la que te debías sentir a la deriva, en mitad de aquel maremágnum de prisas, impaciencias y calefacción exagerada. A mí me sonreíste como a los demás, aunque no supiste informarme bien. Sin embargo, quiero que sepas que, si de mí dependiera, estarías automáticamente renovada. De todas formas, déjame que te lo diga, me da la sensación de que, en el fondo, todo aquello te queda demasiado pequeño. Y tú lo sabes. Pero tienes la mala suerte de que este mundo despiadado se rige por los parámetros de la fría eficacia, de lo inmediato. No me extraña que vayamos de cabeza al abismo. Eficaz e inmediatamente al abismo. Así que, o mucho me equivoco, o dentro de unos días ya no estarás allí. Y la plaquita con tu nombre (C.V.) estará en el fondo de algún cajón. Ellos se lo pierden. Y tú te mereces bastante más. Ahora que lo pienso, tienes iniciales de "currículum vitae". Ningún trabajo debería durarte mucho. ¿Quién sabe? Igual nos encontramos en la cola del paro cualquier mañana de éstas preguntando si hay alguna demanda de "especímenes inútiles pero bastante observadores" para mí y alguna de "voluntariosas sin suerte pero sin ganas de rendirse" para ti.

martes, diciembre 22, 2009

El frío de esta noche


El frío de esta noche es el de las plantas solitarias aferrándose al clavo ardiendo de un muro de piedra ciega y muerta. El frío de tu desvelo y de mi sueño agitado. El de las carreteras por las que todos se han puesto de acuerdo (sin saberlo) para no circular hoy. O el de los ojos cerrados de par en par para no querer mirar hacia atrás. El frío de esta noche es el de cualquier otra noche de cualquier otro invierno. El de la espera agotada y seca. El del licor que bebes para olvidar, pero que sólo te trae recuerdos. El del solitario que no se reconoce en ninguno de los rostros que le rodean. El de aquella voz que no existe y que escuchas cada vez que te sientes solo. El frío de esta noche es el infierno ardiente de las almas extraviadas. El de la flor que golpea y muerde de espaldas a ti. El del sudor inútil y de la lágrima que no deja rastro. El frío de esta noche es el que parte en dos la más terrible de las sonrisas. El que te obliga a recogerte en ti mismo, a falta de otro cuerpo mejor. El que arruga la esperanza y congela las esquinas del pensamiento. El que encoge el ánimo y estira el desánimo. El que sabe perfectamente lo que no hiciste el último verano y lo que no harás el verano que viene. El frío de esta noche es el que te hará tropezar en la misma piedra de siempre.

domingo, diciembre 20, 2009

Sólo una pregunta


Cuando el profesor, aquel último día de clase del último curso, terminó de explicar la última lección y exclamó: "¿hay alguna pregunta?", tan sólo se alzó una mano, al fondo del aula. El maestro levantó una ceja y animó con un gesto al alumno para que se levantase y formulase su duda en voz alta. Los otros niños se giraron para mirarle y escucharle, entre risitas y ruidos de pupitres. Él chico se levantó, hizo amago de abrir la boca y la volvió a cerrar; después, pareció quedarse prendado de algo que sucedía tras la ventana, allá afuera. Finalmente, dándose cuenta de dónde estaba, se giró de nuevo hacia el interior, miró al profesor fijamente y dijo: "¿por qué?".

sábado, diciembre 19, 2009

¿Te acuerdas de mí?


Llevaba un buen rato allí. Estaba por levantarse y salir a la calle de un momento a otro. Pero afuera debía hacer mucho frío a aquellas horas de la noche. Al fin y al cabo, el ambiente del bar estaba muy cargado, pero no era del todo desagradable. Simplemente se aburría. Solo. Había entrado al salir del trabajo y se le habían pasado las horas entre cerveza y cerveza. En aquellos momentos, el local ya estaba a rebosar. Pasado otro rato, apuró un último trago y al mirar al frente, se sorprendió al ver a una chica que le miraba, al otro lado de la mesa, dispuesta a sentarse con él. Tras unos segundos, ella dijo: "¿no te acuerdas de mí?". Pero no. A él no le sonaba para nada aquel rostro. Un rostro agradable, pero vulgar. La chica no estaba mal, iba bien vestida y tenía aspecto de sentirse algo insegura. La invitó a sentarse, a falta de otra ocurrencia. Ella lo hizo y al cabo de unos instantes, una nueva ronda de bebidas (esta vez para dos) ocupaban su espacio, sobre la mesa. Empezaron a hablar de cosas triviales. Del ambiente del bar, de la música que sonaba, de lo frío que estaba siendo aquel invierno... y poco a poco, de manera natural pero sin que ninguno de los dos hiciese nada por evitarlo, la conversación fue derivando hacia temas más personales y profundos. Así pasaron los minutos. Minutos que se hicieron horas. Cuando alguno de los temas de la charla parecía apagarse, ella volvía a repetir: "¿es que no te acuerdas de mí?". A él le parecía extraño, puesto que estaba convencidísimo de que era la primera vez que veía a aquella chica. Y se limitaba a negar, con una sonrisa. Más bebidas, más horas y el chico se sentía cada vez más atraído por ella. Pero no de un modo físico, o no enteramente de ese modo. Había algo más. Ella le transmitía una sensación muy agradable, como de haber conectado a un nivel profundo. Hasta el punto de que, en un momento dado, el ambiente del local pareció transformarse en algo casi irreal, perdiéndose tras el humo y la confusión de voces. Parecía que sólo estuviesen ellos dos en el mundo. Su mesa parecía ocupar una esquina del universo. El hombre, ni siquiera fue consciente de ello, pero se habían ido quedando solos. La gente se había ido yendo poco a poco. Ya ni siquiera sonaba la música. Los camareros hablaban en un extremo de la barra y cuando él miró su reloj, no podía dar crédito. Las tres de la madrugada. Parecía increíble. Era como si el tiempo con la desconocida se hubiese deslizado por una rampa de alta velocidad, hasta perder por completo su medida. Él iba a sugerir que seguramente ya era el momento de irse, cuando de nuevo, la chica dejó de sonreir y con su rostro repentinamente ensombrecido dijo por enésima vez: "¿aún no te acuerdas de mí?". A él, aquello se le había antojado una especie de broma hasta aquel momento. Pero en ese punto de la noche, en mitad de aquella atmósfera contenida y casi irreal, sonó por primera vez como una pregunta con una cierta cualidad amenazante, ominosa. Especialmente por el constraste que suponía con el tono distendido y cómplice que había nacido entre ambos. Trató de esquivar la cuestión dirigiéndose a la barra para pagar las numerosas consumiciones acumuladas a lo largo de la tarde y de la noche, mientras de reojo la veía a ella recoger su abrigo y encaminarse hacia la salida. Metiéndose el cambio en el bolsillo y abrochándose la chaqueta, él también encaró la salida del local. Al asomarse a la calle, el azote del viento helado le sacudió el rostro. Se preguntó si debía atreverse a proponerle llevarla a su casa. No quería pecar de precipitado, porque lo cierto es que ella le había gustado mucho y por nada del mundo deseaba estropear algo que podía llegar, tal vez, mucho más allá de una simple noche. Al fin y al cabo, ni siquiera se habían dicho sus nombres. Pero cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que estaba completamente solo. La calle estaba desierta. Entonces y sólo entonces, la recordó. Y aunque después de aquella noche no volvió a verla nunca más, ya no pudo olvidarla.

viernes, diciembre 18, 2009

Pasear desapercibido


Soy el que ha estado antes allí cuando llegas tú y se fue poco antes de que llegases. El nombre en la punta de la lengua. El rostro que pasa de largo en la multitud. Y quiero seguir siéndolo. Quiero pasar por delante tuyo sin que tengas que levantar la cabeza. Pegarme de plano a la pared mientras pasas por mi lado. Una voz que no suena a nada ni a nadie. No dejar huella ni reacción. Mi color es el gris y mi tacto transparente. El centro de tu mente en blanco y el punto justo donde se pierde tu mirada. Cuando ya no ves más allá. No negaré que prefiero observar que ser observado. La canción que olvidaste. El olor en el que no has vuelto a pensar nunca más. El rincón en el que no te fijaste. Quiero ser ése por quien te preguntas, sin poder nombrarme. Lo que a veces estás a punto de decir, pero te callas en el último instante. La vibración de una silueta que se acaba de desdibujar. El silencio entre pálpitos. El vacío entre tú y lo demás. La línea discontínua de tu pensamiento. Me gusta estudiar al detalle lo visible desde lo invisible. Las palabras calladas que si verbalizases perderían su significado. Ser el "a través" de cuando miras a través de algo. El tema que quedó bajo la mesa durante la reunión. Un tono más de azul en mitad del océano. Pasear desapercibido, a poder ser, cerca de ti, aún sin estar contigo. Tal vez, tu abstracción (involuntaria) favorita. Ser, en definitiva, el olvido que dé sentido a tu recuerdo.

jueves, diciembre 17, 2009

Despierto


Despiertas en mitad de la madrugada. No sabes qué hora es, ni te importa, así que no lo miras. Al momento te das cuenta de que no vas a poder volver a dormirte. Abres los ojos y la oscuridad lo envuelve todo. Imaginas el techo encima tuyo, pero no lo ves. Ha sido un día rutinario, no especialmente duro ni liviano. Simplemente, uno más. Sin embargo, ahora mismo notas una especie de angustia que seguramente es lo que te ha despertado. Una angustia que parece anunciar algo. En realidad, hace ya tiempo que le das vueltas a las cosas. Echas un vistazo a tu vida y lo que ves no te dice nada. Al menos, nada que ver con lo que una vez imaginaste que tu vida sería. Los años han ido pasando, confundiéndose el uno con el otro. Ni siquiera recuerdas la última vez que tu existencia dio un giro. El trabajo, los amigos, la familia... todo parece funcionar a piñón fijo. Sin estridencias, pero sin llenarte. Eso es lo más difícil de todo. Saber qué es lo que te falta. Obviamente, no es nada material, ni fácilmente evaluable. Te has quedado un rato en blanco, como con la línea de pensamiento interrumpida. De repente, eres consciente de que han pasado unos minutos. Y sin darte cuenta, es como si una idea firme e insoslayable se hubiese adueñado de tu ánimo. Pero de un modo tan apabullante, que no admite ninguna clase de duda. Hay que cambiar. Has de romper con todo y empezar de cero. Y lo has de hacer desde mañana. Echar a andar de nuevo, recorriendo nuevos caminos. Dejar todo lo que ha sido tu pasado reciente y retomar las viejas ilusiones. Te sorprende tu propia firmeza. Pero al mismo tiempo, te seduce la idea de construir, de planificar. Seguramente lo más complicado será dejarlo todo atrás. Explicarte y justificarte. Pero ahora mismo lo tienes tan claro, que ni siquiera eso te importa. Sólo piensas en la nueva etapa que empezará dentro de unas pocas horas. Pasan los minutos y no dejas de dar vueltas, sonriente en la oscuridad. Entre excitado y aliviado. Es una sensación muy extraña, que lo ocupa todo. ¿Tienes algo que perder? Ésa es la gran pregunta, seguramente. Piensas que el tiempo lo dirá. Ahora mismo, en este instante de la madrugada, te regocija observarte a ti mismo, tan distinto al que se acostó poco antes de la medianoche. Lentamente, el sueño te va venciendo. Y a la excitación, le puede la calma del silencio que lo sigue envolviendo todo. Apenas eres consciente de que cuando la primera línea de luz se insinúa tras la ventana, te duermes con una sonrisa. Horas después abres los ojos, el despertador suena estridente. Lo apagas, sin mirar. Te duele la cabeza. Suspiras. Te levantas. Cuando sales del baño, una idea lejana acude a ti. ¿Un sueño? No, no era un sueño. Te despertaste en mitad de la noche y echaste a volar la imaginación. Sonríes. Inicias el ritual de todas las mañanas y sales a la calle. Como siempre.

miércoles, diciembre 16, 2009

Dos extraños


Allí estaba de nuevo. Como todos los viernes desde que ella había entrado a trabajar en el restaurante. Solo, en la mesa del rincón. Acercarse a él fingiendo decisión, pasarle la carta del menú y tomarle nota. Después, servirle los platos y cobrarle la cuenta. Todo ello con él mostrándose distante y sin apenas mirarle directamente a la cara. Eva ignoraba qué tenía aquel chico, ni por qué le había puesto su pequeño universo patas arriba desde hacía algún tiempo. Pero algo había que le situaba a años luz de su alma. Una distancia insalvable, del todo punto imposible. A pesar de ello: noches sin dormir, contar los días y las horas, hasta que por fin llega el viernes y allí está él, puntual para comer. Callado, abstraído, como perdido en sus propios pensamientos. La chica le miraba comer, siempre pendiente, mientras atendía otras mesas. Él, en cambio, repartía su atención entre algún punto infinito de la pared del bar y la ventana donde el mundo exterior seguía girando, a veces frío, a veces cálido. Llegaba la hora de verle salir por la puerta, siempre demasiado pronto, y entonces todo parecía venirse abajo, al tiempo que el reloj de la espera se ponía de nuevo a cero y la angustia le impulsaba a un sollozo a duras penas ahogado. Nunca podía evitar pensar si ésa era la última vez que le había visto. Que no hubiese más viernes. Y efectivamente, después de una última vez, Pedro ya no volvió más.

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Había sentido como su corazón empezaba a palpitar con más fuerza. Se acercaba la hora y aunque el kiosko ya empezaba a estar frecuentado de madrugadores que iban a buscar el periódico dominical, él sólo estaba pendiente de la esquina de la derecha. La esquina por la que, de un momento a otro, seguramente dentro de un rato, aparecería ella. Vendría, cogería el periódico y la revista (unas veces la de cine, otras veces la de música), le pagaría sin apenas dirigirle la mirada, pero con una leve sonrisa (suficiente para iluminar toda la semana de espera) y se daría la vuelta, alejándose hasta el domingo siguiente. Sabía que no podría dirigirle la palabra. Cada vez que lo había intentado, algo en el último instante parecía frenarle, diciéndole que era absurdo. Ella siempre parecía tener la mente muy lejos. Allí estaba. Acercándose lentamente. Pedro la miraba de reojo. Aquellos breves segundos estaban llenos de una atmósfera que lo volvía todo irreal. Como si el aire y la luz se detuviesen, también expectantes. Con el paso de las semanas, aquel primer sentimiento, que empezó siendo leve y fugaz, se había convertido en una obsesión. Un sinvivir. Ya había pasado. Le había dado el cambio y, como siempre, le había visto darse la vuelta, alejándose de él, dejándole un inmenso vacío. Y de nuevo, el pánico de que ella, por cualquier causa, no volviera por allí. Que no hubiese más domingos. Y efectivamente, después de una última vez, Eva ya no volvió más.

martes, diciembre 15, 2009

Diálogos junto a la hoguera: Steligator


-¿Diga?
-Buenas tardes, señora. ¿Me puede abrir la puerta?
-¿Diga?
-Sí, digo que buenas tardes, señora. ¿Sería tan amable de abrirme la puerta?
-¿Qué quiere?
-Si me abre la puerta se lo enseño.
-...
-¿Señora?
-Que vende algo, ¿no?
-No, señora. No vendo, ¡¡regalo!! Un regalo en exclusiva para usted.
-¿Y qué vende?
-(Joder con la p...) no, señora. Es un obsequio. No tiene usted que pagar nada.
-Ya. ¿Y cuánto cuesta?
-(La madre que la...) Jeje... señora... es usted desconfiada, ¿eh? Jeje... se trata de una promoción exclusiva.
-Libros ya tengo.
-NO! Digo... no, no se preocupe. Se trata de un producto completamente nuevo.
-El TNT ése de la tele ya me lo trajo mi hijo.
-¿El qué?
-El TNT para ver los canales nuevos.
-Ah... no, no. Nada que ver con eso. ¿Me puede abrir por favor?
-No abro.
-Eh... pero entonces no se lo podré enseñar. Mire que es completamente gratuito y si no lo quiere usted, se lo tendré que dejar a alguna vecina suya.
-Pues la Paqui no está, que tiene clase de chuchisu.
-¿De qué?
-El chuchisu ese de los chinos que dan de patadas.
-Jiu Jitsu.
-Sí. Eso de los chinos.
-Sí, bueno... señora, de verdad que se perderá usted una gran oportunidad de...
-La Rosi tampoco está. Ha ido a ver al de la condicional.
-Bueno, pero alguien habrá, jejeje... ¿O lo quiere usted?
-Mire, que no me trago yo nada de cosas que sean gratis. Y ya está, ¡ea!
-Y hace usted muy bien, porque hay mucho desaprensivo suelto.
-Eso, mucho depresivo de esos. Y a la que te das cuenta, te llevan al huerto.
-Usted déjeme entrar y yo se lo enseño. Le garantizo que es gratis total.
-¿Pero qué es?
-Ya le comentaba... Un producto completamente nuevo. Se llama "Steligator".
-No quiero bichos.
-¿Cómo?
-Que bichos no quiero. Ni gatos, ni perros. Tenía un periquito y...
-No, señora. Me ha entendido mal. El producto se llama "Steligator". No es ningún animal.
-Ah... ¿y para qué sirve?
-Pues es lo último en tecnología de funcionalidad personal, un hallazgo sin precedentes, revestido de todos los conocimientos procedentes de la hedonística griega y el...
-¿Lo qué?
-Uf... ¿sabe qué? Creo que esto es demasiado esfuerzo. No vale la pena.
-¿Pero para qué sirve?
-Es que me da la sensación de que no es usted el tipo de persona al que nuestro producto va dirigido. No quisiera que usted se molestara, ¿eh? Sólo que...
-No, pero si es igual. Es gratis.
-Ya, pero si usted no sabe para qué sirve...
-Eso lo mismo da. A mi marido tampoco le encontré nunca ninguna utilidad y cargué con él treinta años.
-Sí... bueno... hombre, no es lo mismo.
-Bueno, ¿me lo va a dar o no?
-Es que me tendría que firmar antes un impreso y darme unos datos que...
-Acabáramos. Que hay que pagarlo.
-No.... sí, bueno... la entrada sólo.
-¿Pero cómo que la entrada? O sea que encima se paga en varias veces.
-Muy poquito. Es una cuota raquítica.
-¿Riquítica? Si ya lo sabía yo... Mire, ¿sabe lo que le digo? Que se coge el pelagatos y se lo mete por el...
-¡¡Exacto!! Así es como funciona.
-Ah... pues póngame tres.

lunes, diciembre 14, 2009

Refugios


De la nieve y del invierno. Pero sobretodo de las tormentas interiores. Desdoblarme y encontrar un lugar seguro, que me aísle de esa otra parte de mí. La que se deja llevar por las mareas furiosas. Verme reflejado en otros paisajes, mejor imaginados. Paisajes que no se rompen de repente. Soy el que atraviesa todos los desiertos con el oasis a su espalda. El espejismo que es la realidad de vez en cuando sigue arañando mis ojos, pero poco a poco aprendo a cerrarlos más rápido y fuerte. El fondo del mar siempre ha sido más digno de verse que la superficie. Llegar hasta el fondo de la cueva. Descubrir cuánto rastro deja tras de sí un pensamiento fugaz. Esta vez no me importará esperar más tiempo. He trascendido a la urgencia de lo inevitable. Esa ficción que sólo puede nacer de mentes que no saben imaginar. Me quedo con las ficciones de los que nunca han aprendido a vivir cómodamente instalados en la inercia. Y más que a contracorriente, por debajo del agua. Donde el tiempo no cuente, ni las palabras se gasten hasta perder su significado. Verme reflejado en una hoja de papel. En una frase encontrada al azar. Pararme a desentrañar el mecanismo de un destello en mitad de la tarde. Lejos de ruidos y de voces que se repiten y contaminan cada silencio irrepetible.

domingo, diciembre 13, 2009

No pasa nada


Un suicida asegura el nudo de la cuerda. En un pueblo, una mujer hace las maletas a escondidas de su marido, sin saber que hoy no hay trenes. Un niño acaba de descubrir quiénes son los reyes magos. Un enamorado acaba de recibir una negativa que no olvidará. Un gato acaba de descubrir el cuerpo de una niña en un callejón. Un drogadicto viaja por última vez. Una chica pintarrajea la foto de alguien que no ha vuelto a ver. En la ciudad, un viejo resbala en mitad de la calle solitaria y se rompe la cadera. El peón de la fábrica se distrae pensando en la compañera que se fue hace un rato. Un bebé ha empezado a llorar de repente. Un dirigente mundial acaba de descubrir a su mujer masturbándose con la foto de una actriz. En la terraza, un grupo de jóvenes planea matar a alguien. En la orilla del río, un pescador piensa en su hijo muerto. Una monja decide que ya no cree en nada. En el entresuelo de un gran edificio, un niño le clava el bolígrafo a su hermano en el cuello por no dejarle jugar con su videojuego nuevo. Una vieja se ríe sola. En la habitación de un hotel, un guionista da con una idea que le cambiará la vida. En una conferencia, el orador se atraganta y la gente se ríe. El terrorista está a punto de marcar el número de la policía para entregarse, pero suena el timbre. Un adolescente siente su brazo extrañamente rígido de repente. En una hamburguesería repleta, alguien empieza a llorar a tal volumen que se hace el silencio en todo el local. Un coche se estampa contra un muro y el conductor sale indemne. Un joven que estudia en su habitación completamente solo, acaba de notar un aliento en su cuello. En un cumpleaños infantil, el payaso contratado está notando una erección al mirar a la madre de uno de los niños. Un pintor ante el lienzo en blanco está a punto de tener una idea genial, cuando una mosca le distrae. Un editor echa a cara o cruz si edita un manuscrito. Dos hombres que se han ido al cine mientras sus mujeres están en una reunión de tuppersex, se empiezan a acariciar. Una niña bebe lejía. Tú estás leyendo. Yo estoy escribiendo esto. Qué aburridos son los domingos. Nunca pasa nada.

sábado, diciembre 12, 2009

Tú y tú somos dos


¿Qué te apuestas a que soy incapaz de escribir una sola frase sin pensar en ti?
No es que sea idiota, es que sé más cosas de ti que de mí. ¿Qué quieres que haga? Lo intento, pero no me dejas concentrarme. Eres mi inspiración y mi expiración. No es que las mujeres del tiempo me recuerden a ti. Es que hasta los mapas tienen tu silueta. A la isla le he puesto tu nombre, porque no se me ocurría otro. Cada canción me habla de ti. Incluso las que no tienen letra. Sobretodo las que no tienen letra. Me invento mil historias y todas terminan igual. En todas eres la protagonista y al final acabas sola. Antes tenía imaginación. Ahora sólo te tengo a ti. Me digo que es raro, pero tú me dices que es normal, al menos hasta cierto punto. A veces me sorprendo hablando contigo y contándote cosas de ti. Debes estar harta de eso. Seguro que te apetecería más que te hablase de cualquier otra cosa, pero no puedo. De los sueños mejor no hablar. Estás en los más bonitos y también en las pesadillas. Cuando me acuesto, ya no consulto las cosas con la almohada. Directamente te pregunto a ti. Por la calle, cada rostro me recuerda a ti. El primer impulso siempre es saludarles a todos, de tan familiares que me resultan. Menos mal que me contengo. Me pregunto si todo esto es normal, si le pasará a todo el mundo. Y sobretodo me pregunto, si ahora esto es así, ¿cómo será cuando te conozca?

viernes, diciembre 11, 2009

Sala de embarque


Tras la inmensa cristalera. Esperando. Afuera, tránsito de máquinas inmensas y ruidosas. Adentro, tránsito de emociones demoledoras y calladas. El silencio de la espera, música de acompañamiento para los puntos y final entre el ayer que ya no se atreve a mirarte a la cara y el mañana que no te conoce. Los rostros serán máscaras para disimular la carne desgarrada de todas las almas, palpitante rumor. Voces que no dicen nada y altavoces que sentencian a muerte el pasado. Un poco antes, alguien quiso confiscarte el orgullo, porque la máquina te delató. Levantaste los brazos, para demostrarle a ese autómata que no eres más real que él. Entonces te dejó pasar. Y ahora cruzas las piernas en un último intento por aferrarte a la inseguridad que precede a lo inevitable. En el colmo de la mala suerte, no hay retrasos. Al menos, si tuvieses que pasar la noche tras ese cristal que te separa del mundo, tendrías toda la oscuridad para ti, para pedirle consejo. Pero estás ahí, a cielo abierto. A punto de surcar el espacio que te llevará a lugares de tu existencia que nunca imaginaste reales. No hay vuelta atrás. Y mientras tú vas, otros vienen. A ocupar tu lugar en el ancho vacío de la incertidumbre. Has traspasado la línea y ya no eres más que otro juguete del viento. Vuelves la cabeza de refilón y te parece haber visto una sombra de ti, aún sentada, para siempre. Tras la inmensa cristalera. Esperando.

jueves, diciembre 10, 2009

Desde la azotea


Camisas creyendo que vuelan.
Alguien se ha despertado demasiado pronto.
Una esquina es escenario de un encuentro que uno de los dos no olvidará jamás.
La del sexto cree que nadie la mira.
Un pájaro busca acomodo sin conseguirlo.
El semáforo impide que ella llegue a tiempo.
Un niño que no volverá a casa.
Una pelea absurda.
La oscuridad asomando lentamente por la esquina de la ciudad.
Dos adolescentes caminan deprisa en dirección contraria al colegio.
Un último beso.
Una primera mirada.
La ventana oscura sigue estando oscura.
El viejo que se ríe solo.

Todas estas historias (que no empiezan ni acaban) y muchas más, desde la azotea. Donde el tiempo se detiene, respira y vuelve a caminar. Donde el aire es más real. Donde puedes ver el mundo sin que él te vea a ti. Puedes inventar ficciones, o interpretar realidades. Cuando te canses, bajarás y te incorporarás a esa gran mentira improvisada. Tú también serás otra historia cualquiera.

Mañana tampoco hablaré de mí.

miércoles, diciembre 09, 2009

Somos leyenda


Chupar mola, morder más, impulsos en la oscuridad, deseo de rejuvenecer, sed, vampirizar al otro, ansias de inmortalidad, lujuria, salir de noche, arrastrarse de día, rechazo a los símbolos religiosos, el espejo como elemento perturbador, si te invitan a pasar no te vas ni a la de tres, el olor a ajo molesta...

Conclusión: los no muertos y los vivos somos lo mismo.

martes, diciembre 08, 2009

Vuelta a casa


Donde todo parece esperarte. Donde cada rincón te cuenta su propia vieja historia. Aunque haga mucho que ya no vives allí, nunca te has ido del todo. Miras a tu alrededor y las mismas caras de los desconocidos te son familiares. Las raíces invisibles, que parecen prolongarse sin límite día a día y desde hace tiempo, aquí se empeñan en guiarte, más férreas que nunca, a través de un paisaje que forma parte de ti. O tal vez sea al revés. Como si no fueses dueño de tus pasos, sino un parte más de ese lugar. Todo lo que has sido en este tiempo se te ha ido de la cabeza en un instante. Ahora tan sólo cuenta lo que ves y lo que tocas, tan nuevo y tan viejo. Piensas que, algún otro día, cuando vuelvas, te apetecerá detenerte en ese instante del atardecer dominical, con las calles solitarias y casi, casi silenciosas. Ese instante en el que cabe todo un mundo. O acaso las mañanas de invierno. Las mañanas de abrigos y sol tenue pero pertinaz, reflejando cada mueca del asfalto y cada gesto de los edificios. Pero en este momento, lo único que buscas dejar aquí es la sensación de eterno retorno. Ahora, que cada vez que vuelves a alejarte, ya no dices "hasta siempre", sino "hasta pronto".

lunes, diciembre 07, 2009

El lado azul


El color del cielo había ido cambiando poco a poco. Pero no porque se hiciese de noche o de día. Era un color extraño, más verdoso que azul. Si lo mirabas atentamente, parecía que el mar hubiese cambiado de posición y se hubiese elevado a las alturas. Pero no era un color límpido. Era un color no exento de amenaza. Denso, consistente. Sintiendo un principio de vértigo, tuve que mirar al suelo. Y eso fue peor. Porque el suelo sí era azul. Un azul en el que mis pies descalzos dejaban huellas, como si fuese nieve. Pero no era frío. Ni caliente. Era un suelo que daba gusto pisar. El otro lado de la isla se había convertido en un lugar inesperado. La misma brisa presentaba un aspecto raro. Tenía una cualidad casi musical. A mi alrededor, notas incompletas iban y venían. Pero lejos de perturbarme, me gustaban. Eran como medias caricias. Pero lo que más se hacía sentir, lo que más predominaba, era el silencio. Ni siquiera mis pasos sonaban como debieran haberlo hecho. Me detuve, preguntándome dónde estaba en realidad y cómo era posible aquello. Cómo era posible que nada similar pudiese haber intuido desde mi pequeño rincón. ¿Acaso ignoré siempre que al otro lado de aquellos escasos kilómetros de tierra latía otro universo completamente distinto a todo? En ese instante creo que levanté ambos brazos, impulsado por algo que no sabría precisar. Creo que fue ahí cuando supe definitivamente que ya no era dueño de mí. Ni de mi cuerpo, ni de mi mente, ni de mi entorno. Estaba flotando. A escasos tres metros del suelo azul. Flotando. Y no había nada ni nadie contemplándome. No sé cuánto tiempo pasó, ni qué es lo que hice a partir de entonces. Sólo recuerdo, como en un sueño, haberme dejado llevar por parajes cambiantes y sin sentido. Pero en ningún momento tuve miedo. Pensaba que cuando uno es tan poco dueño de la situación, de nada sirve el temor. Me limité a disfrutar de todo como espectador. Aunque no era sólo eso. Mis sentidos estaban llenos de estímulos. Todos a la vez. Olía, tocaba, escuchaba... cosas nunca percibidas. Olores, tactos, sonidos y figuras sin nombre. Por no tener, ni siquiera tenían la cualidad de agradables o desagradables. Tampoco eran alucinaciones. Estaba sumergido en todo aquello de una manera totalmente física y consciente. El otro lado de la isla parecía ser, al fin y al cabo, el otro lado de la realidad. O uno de ellos, cuanto menos. Lo que sí recuerdo con más intensidad es la sensación de absoluta soledad. Era como si aquel extraño mundo fuese todo mío. Y así lo sentía, como de mi propiedad. No me sentía como un intruso o un recién llegado. En cada una de aquellas esencias, latía algo familiar. Como si el dueño de aquella atmósfera y de aquella arquitectura etérea fuese mi propio subconsciente, improvisando, estimulado por recuerdos encadenados que fluían sin pausa. Rostros que parecían empezar a configurarse, para deshacerse al instante, aromas que eran sustituidos por otros justo en el momento en que podían ser identificados. Daba lo mismo dónde fijase la vista, cada punto del paisaje era una sugerencia distinta. O mejor, el anticipo de una sugerencia. Tal vez alguna de ellas me ha provocado alguna clase de inquietud, porque lo cierto es que de repente he querido escapar de todo aquello y casi sin acabar de pensarlo, ya me he vuelto a encontrar caminando en sentido inverso, de vuelta a mi lugar de siempre. Me he parado. He vuelto la vista atrás... y sí, allí estaba, no sabría decir si a unos metros o a unos milímetros de mí, el lado azul de mi existencia. Luego he girado la cabeza lentamente, de nuevo hacia adelante. Ninguna cosa extraña. El paisaje habitual, con sus colores y sus ruidos familiares. Así que he seguido caminando en dirección a lo que ahora es mi casa. Y lo he hecho seguramente igual de listo o estúpido que cuando me fui, hace un par de días. ¿Un par de días? Diría que sólo siento el paso del tiempo en mi cerebro. Como si mi parte consciente quisiese asegurarse su posición dominante. Pero otra parte de mí sabe que nada de eso es así. Que lo existente y lo inexistente no cabe dentro de las palabras. Que aunque todos estemos solos, náufragos en nuestra propia isla, siempre hay un lado azul al que acudir. Un lado azul igual de incomprensible, pero menos ajeno. Y del que, por si acaso, nunca quisiera alejarme en exceso.

viernes, diciembre 04, 2009

Te llamaré Sábado


Hoy el náufrago ha preparado las maletas. Se va de puente al otro lado de la isla. El miércoles, cuando vuelva, todo volverá a ser rutinario. Pero ahora quiere disfrutar de otros árboles, de otros pájaros y de otras flores. De un mar diferente, que le cante canciones distintas. En el otro lado de la isla, seguro que habrá excursiones interesantes no programadas y visitas no guiadas apasionantes. Espera no encontrar compañeros de viaje pesados y habladores, de los que no te dejan tranquilo. Y tampoco de los silenciosos y aburridos, que no te dicen nada. En realidad, espera no encontrar a nadie. Pero no le importa. Además... ¿quién sabe? Aunque el náufrago lo único que quiere es tomarse unas pequeñas vacaciones de su abandono, para ver qué se siente. Para intentar recordar cómo era ir a algún sitio. Y luego regresar. Lo ha planeado todo minuciosamente, punto por punto: primero echará a andar y después se dejará llevar, sin prisas ni urgencias. Y no tiene intención de apartarse un ápice del programa. Lo cumplirá a rajatabla. Son sus primeras vacaciones en varios años y no piensa echarlas a perder. Ya es hora de desconectar. Si alguien pregunta por él durante su ausencia, mejor que no deje ningún recado, porque menuda putada.

jueves, diciembre 03, 2009

Diálogos junto a la hoguera: Verano del 42


-¿Sabes lo que te digo? Que ancha es Castilla.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-¿Cón qué?
-Con los ríos.
-¿Los ríos?
-Estábamos con los ríos, señorita. Ya se ha vuelto a quedar en Babia.
-Perdona, Luisito. Se me ha ido el santo al cielo.
-Más bien se le ha ido el novio al baile.
-¿Qué? Mira, por mí como si se... pero bueno, ¿y a ti qué te importa?
-Nada, señorita. Pero es que las clases particulares me salen a siete pesetas y...
-Tienes razón. De todas maneras, lo de mi novio es cosa mía.
-Ya le gustaría.
-¿Cómo?
-Nada, nada. Los ríos. Estábamos con el Tajo.
-El Tajo... si hubiese cortado a tiempo.
-¡Señorita, joder!
-Esa boca.
-Perdón. Es que le había vuelto a dar un flash.
-Venga, venga... seguimos con el Guadiana.
-El que desaparece, ¿no?
-Exacto, el que desaparece y luego...
-Como su novio.
-Luisito, que te la estás jugando.
-Perdón, no lo he podido evitar. ¿Por qué se dice eso de "los ojos del Guadiana"?
-¿Lo de los ojos? Pues porque... ah... qué ojos tan bonitos tiene, yo es que no sé qué voy a hacer.
-Ya estamos otra vez. Mire señorita, casi mejor que lo dejemos por hoy. Llámele o algo, dígale lo que le tenga que decir y ya está.
-Sí, creo que será lo mejor. Perdóname Luisito, pero es que...
-No si yo lo entiendo perfectamente. De todas formas, si yo fuese su novio, con esas dos montañas que usted tiene...
-Luisito, ¿qué dices?
-Nada, que el jueves tocan las montañas. Hoy los ríos y el jueves las montañas.

miércoles, diciembre 02, 2009

La niña que habla sola



Érase una vez una niña morena, con el pelo largo recogido en dos coletas, que caminaba alegremente (como a pequeños saltos) por la calle de una gran ciudad. Volvía del colegio y era viernes. La cartera se bamboleaba graciosamente en su espalda, con cada pequeño saltito. Pero si te fijabas en ella, lo que más te llamaba la atención era que iba hablando sola. Era fácil imaginar lo que podía estarse diciendo. Con toda seguridad, algo de sus amigos, de todo el tiempo que le esperaba durante el largo fin de semana y de los planes ilusionantes que podría llevar a la práctica, tal vez algún programa o serie de la televisión, o acaso los ojos tímidos de ese niño rubio que de vez en cuando sentía clavados en su nuca, desde el fondo de la clase. De entre toda la gente a su alrededor, algunos pasaban por su lado sin hacerle caso. Otros se la quedaban mirando con una sonrisa o un gesto de simpatía.

Érase otra vez, muchos años después, una anciana con el pelo blanco, lacio y mal peinado, que caminaba arrastrando los pies (como sin fuerza para levantarlos del suelo) por la calle de una gran ciudad. Volvía del enésimo paseo por ninguna parte y era viernes. El bolso se movía y le pesaba, aunque estaba casi vacío. Pero si te fijabas en ella, lo que más te llamaba la atención era que iba hablando sola. Era fácil imaginar lo que podía estarse diciendo. Con toda seguridad, algo de sus amigos muertos, del poco tiempo que le quedaba ya y de las ilusiones que se quedaron en nada, tal vez algún antiguo programa o serie de televisión, o acaso los ojos odiosos de aquel hombre calvo que de vez en cuando sentía clavados en su nuca, desde el otro lado de la cama. De entre toda la gente a su alrededor, algunos se apartaban discretamente. Otros se la quedaban mirando con tristeza o un gesto de alarma.

martes, diciembre 01, 2009

El Lobo aullará esta noche


Y esta noche estará mucho más cerca de la luna. Qué fotograma tan hermoso verán por ahí arriba. Waldemar ha empezado otro de sus viajes. Y esta vez no nos lleva con él. Nos ha dejado solos, pero no del todo. Nos queda su tiempo en esta etapa. Una etapa donde hemos aprendido a conocerle, a amarle y a admirarle. Waldemar, Paul, Jacinto... la Bestia, el Artista, el Hombre. Infinitas partes de un ser privilegiado, de un talento que no dejó un solo hueco por llenar. Waldemar, Paul, Jacinto... que nos enseñó a amar el terror como se ama lo que luego nunca quieres ni puedes abandonar. Con su propio entusiasmo, que pasó a ser el nuestro, parte de uno mismo. Por encima de mentes limitadas y mezquinas, sobrevolando la mediocridad de los tiempos más grises como sólo la luz de la fantasía podía conseguir. Su luz. Su figura, desbordante, excelsa. Paul Naschy, el nombre que sabe a miedo. Que llenó nuestros rincones oscuros con otras oscuridades, más bellas, esas que no nos dejan dormir, pero que nos hacen soñar. El Lobo, el Cineasta, el Escritor... nuestro Lon Chaney, nuestro Mito. Esta vez, la bala era de plata. El Lobo aullará esta noche porque la bala era de plata y eso significa que la leyenda era cierta. Termina la vida, empieza la Leyenda.