lunes, abril 30, 2007

M


Hace siglos que te debo unas palabras en este lugar. Unas palabras que hasta ahora sólo habían sido pensamientos. Y me parece que éste es el momento. Ahora, cuando seguramente hará años que no has vuelto a pensar en mí. En realidad te debo bastante más que palabras. Te debo todo el tiempo de ilusión y de asombro. De momentos compartidos, contigo y sin ti. Desde aquella tarde de septiembre, cuando tu voz alumbró el apagón del final del verano. Cuando tu nombre se convirtió en todo mi universo y mi universo se hizo inmenso. Hasta que nuestros caminos se separaron, sin querer, pero sin dolor alguno. Y llegado este momento, no sé muy bien qué decirte. Ni me vas a leer, ni conseguiría expresarte lo que fuiste para mí. Y me parece terriblemente injusto. Que no lo sepas nunca y que yo no tenga modo de hacértelo saber. Cuántas historias similares podrían contar otras tantas víctimas de naufragios vitales. Al fin y al cabo, ésta sólo es una más. Una de tantas. Pero es la nuestra. Y al final ¿sabes lo que me hace más feliz? Que tanto tiempo después soy capaz de ver tu sonrisa frente a mí, con el mismo brillo irreal de aquellos días. Y eso me basta. Por cierto, ahora que lo pienso, te he mentido. Porque no han sido éstas las primeras palabras que te dedico desde aquí. De hecho, no he dejado de hablar de ti en ningún momento. Da lo mismo como te llames, el aspecto que tengas, o el momento en el que te cruzases en mi vida. Siempre fuiste Tú.

Un encuentro


-¿Te acuerdas de mí?
-No.
-Soy el que escribe tu nombre en el aire cada noche, sacudido por convulsiones y espasmos de desesperación.
-Pues ahora no caigo.
-¿Ni siquiera reconoces mi voz, rota de tanto maldecirte?
-No.
-Yo soy el que se esconde y tiembla en las sombras de los rincones que nos vieron pasar.
-Si no me das más datos...
-¿Y si te dijese que he despertado cien mil veces, en mitad de la madrugada, preso en el vértigo de pensarte acariciada por otro?
-Puesss...
-¿Es posible que al cabo del tiempo no reconozcas al que, quemado el rostro por las marcas de lágrimas ardientes, no ha dejado de esperarte ni de buscarte febrilmente entre las figuras anónimas de esta ciudad?
-Mira, me sabe fatal, pero...
-Da igual, debí haberlo imaginado. Debí imaginar que mi infierno secreto nacía de tu olvido.
-Pues sí, ya ves. En fin, hasta otra!!

domingo, abril 29, 2007

Lord Dunsany mola


El Náufrago se recostó en su mecedora a primeras horas de la tarde, junto a la ventana, mientras el aliento oceánico lo envolvía todo. Entrecerró los ojos y dejó que su alma echase a volar, guiada por el canto de las aves marinas. Se dirigió con ellas hacia tierras lejanas, como la ignota Zandith, con sus torres hechas de viento y su fulgor violáceo. En Zandith los hombres se deslizaban por las calles de arena gris y los Dioses dejaban escuchar su canto periódicamente, anunciando la llegada de las nubes púrpuras, cargadas de sueños para los jóvenes de la ciudad, quienes dedicaban su vida a construir con ellos las esculturas que adornaban la muralla que lindaba con el Más Allá. El Náufrago se deleitó con aquel aroma a jazmines que restallaban con un sonido perfectamente audible y al cabo de un tiempo indeterminado (puesto que en Zandith el tiempo marchaba hacia atrás) siguió su vuelo encaramado al canto de las aves. Divisó desde las alturas el resplandor del Anyett, el río de aguas doradas del que las gentes de todo su entorno acudían para beber y que poseía la cualidad del olvido. Junto a la orilla, las siluetas en descomposición de quienes habían bebido de él en exceso y habían olvidado el camino de regreso a casa. El cielo se transformó en una maraña espesa y gelatinosa, mientras lejanos lamentos parecían acercarse progresivamente. Algunas aves, no pudiendo soportar la pena de aquellas voces desesperadas, se estrellaban contra los riscos más elevados. Con toda seguridad, se trataba de los habitantes de Astherotz, que eran los custodios de todas las penas de amor de los suicidas. El Náufrago se llevó las manos a los oídos, a fin de no dejarse llevar por aquel rumor tan doloroso e insoportable. Pero no pudo evitar que una lágrima impotente se precipitase a través del aire, dejando una estela plateada. Al fin, el cielo empezó a abrirse y un nuevo paisaje comenzó a llenarlo todo. Una miríada de ojos abiertos de par en par rodeaban al viajero. Miradas de toda índole suspendidas frente a él, unas suplicantes, otras sonrientes, cada una con su propia voz silenciosa. Le pareció reconocer a una en particular, pero antes de poder dirigirse a ella, ya la había dejado atrás. En ese preciso instante, todas parpadearon a la vez y un furioso viento le impulsó a gran velocidad, no sin antes dejar en él una vaga sensación de inquietud. Como si acabase de suceder algo cuyo verdadero alcance se le escapaba. Cuando le pareció que había transcurrido una eternidad entre espacios de insondable vacío, sin color, sin aroma alguno, sin aire ni luz, reconoció la antigua playa donde su viejo cuerpo habitaba. Y con un suspiro, se sintió al fin de nuevo en tierra firme, sentado en su querida mecedora y divisando la belleza del crepúsculo sobre la isla. Como siempre que retornaba de uno de sus viajes, una enorme nostalgia le embargó. Y se prometió a sí mismo que no pasaría mucho tiempo hasta que otra vez se reencontrase con los Otros Mundos, donde las criaturas más extraordinarias se solazan con los Dioses y las vidas transcurren ociosas.

Última hora


Esta noche la playa vuelve a estar desierta. Por más que me esfuerce, no recuerdo ningún sufrimiento. El color de la arena no es tan intenso. Pero sigo teniendo la perversa costumbre de hablarme a mí mismo, en lugar de vaciarme en silencio. Y es ahora cuando una palabra, una sola palabra, se arrastra frente a mí, en la esquina de la pared, deslumbrándome. Pero se deshace en un silencio espeso y gelatinoso. Ya no me molesta ni el rumor de las olas. Desterrado a este rincón, adicto a la negra sustancia del olvido, sin atreverme a imaginar cómo puede ser la abstinencia. Dejarme seducir por tu sombra inexacta. Despejar de vegetación mi desierto, jardín seco de lágrimas. Exhalando un perfume a indiferencia con el que me gustaría rociar tus huesos. Tendré que reconstruir tu ausencia, hecha pedazos desde la tarde en que tu cara se me empezó a desdibujar. Ahora irrumpes, con la suavidad de una tormenta ignorada. Y tu caricia se deja sentir con el dolor de una promesa eterna.

sábado, abril 28, 2007

Ni es sábado, ni está lloviendo


Es un día cualquiera y da lo mismo el tiempo que haga. Ahora mismo, lo único que tiene importancia (aunque no tenga sentido) es que me entretengo con las cosas más absurdas. Que soy capaz de dejarme llevar por esta indolencia vespertina de voces sin palabras susurrando en el aire, de verdades asesinas que pasan de largo sin llegar a doler, silencio de vagones de madera en vías muertas, que prometían travesías felices pero que se han quedado a esperar sin saber el qué. Todo mi mundo está ocupado por imágenes fugaces que me conectan con otros mundos igualmente imaginados. Y nada de lo que traerá la noche tiene nombre aún, pero me atrevería a predecir que no dejará huella. Me pregunto en qué momento todo empezó a volverse así de intrascendente. Si es que los besos y las caricias, los llantos y las risas, el vértigo y la zozobra ya no me afectan porque no tienen alma o porque yo dejé de ser yo, para convertirme en mi sombra. En cualquier caso, aunque a veces me atrape la ilusión de ser quien no fui, lo que cuenta es que esta cáscara vacía flota sin oposición ni resistencia. Estúpida y feliz. Y ya no me importa si hay algo más allá del horizonte. Me he acostumbrado a vivir como otra mancha en el paisaje. Y me da igual si voy o vengo y si tú vienes o te quedas. Lo único que sé es que yo no estoy, ni para ti, ni para mí.

miércoles, abril 25, 2007

Perder el tiempo


Sin alternativas para llenar esos interminables minutos, que son como oscuros pasillos sin final. De vez en cuando creo ver la estela furtiva de un calor familiar, que se me escapó mucho tiempo atrás. Pero enseguida se pierde y no volverá a asomar por mi pensamiento. Tal vez esté ahora mismo siendo parte de una ensoñación ajena, del mismo modo que tantos rostros que han perdido su sentido y su expresión llenan a veces el espacio muerto que dejan los ecos de mis silencios. Mi alma es como el flujo de un río ignorado, que brilla y se apaga, que quema y se enfría. Que siente la caricia del viento. Y su dolor. Sin poder desterrar de mí esa parte sombría, que cada vez se muestra con menos pudor. Cuántas veces me habré apartado de ti sin saber decirte adiós. Olvidar que estoy despierto. Perder el tiempo. Un minuto más de esa espera sin nombre. Descontando las horas por llegar. Y añorarlas. Cuando la placidez sea mayor, vendrás a mi memoria. Me pedirás desde el otro lado de la ventana que deje de soñarte. Y volverás a perderte dentro de mí, sin dejar rastro. Otro instante que no sabré describir, inabarcable, que sólo cobra sentido cuando queda atrás.

Cerca del aire


Desde hace un tiempo atrás
escucho en casa el lamento, se va
la brisa se va
ya deja paso al viento

No sé ni cómo estarás
aquellos días sólo son
recortes de imaginación
vagas promesas de conocerme

A veces tengo que atar
mis recuerdos al secar
las tensas lágrimas de azahar
esas que borran huellas recientes

Tengo que estar muy cerca del aire

Ya no me sonreirás
ya no tendrás que buscarme

Tendré otra forma de estar
mi forma de estar
mi forma de estar bien

Desde hace un tiempo atrás
algo prende en mi recuerdo
y busco aquella brisa en el mar
he de encontrar las calles de siempre

Tengo que estar muy cerca del aire
Tengo que estar muy cerca del aire



21 JAPONESAS

martes, abril 24, 2007

No hay motivos


Buscar un porqué.
Creer que hay algo que da sentido a lo que nos pasa.
Es como pretender que el agua fluye con arreglo a una fórmula matemática.
Pero nuestra vida transcurre con el mismo desorden que las gotas de lluvia. Resulta absurdo preguntarse por qué caen en un sitio y no en otro.
¿Es eso bueno, o malo? Pues no tengo ni idea, pero me resulta de lo más liberador. Pensar que soy fruto del azar, que nada gobierna ni dirige mi existencia. Que nada de lo que me ocurre obedece a una ley inmutable, con sus actos y consecuencias. Que en todo momento todo puede cambiar para siempre... o tan solo durante un instante.
Es la fragilidad de lo que no se puede (ni se debe) comprender.
Somos pequeños accidentes, perdidos en el absurdo de otros accidentes mayores.
Renuncio al equilibrio.
Renuncio a buscar respuestas para preguntas sin sentido.
Y reclamo la lucidez del caos.

domingo, abril 22, 2007

1989


Porque las tardes tenían más horas.
Porque te encontré.
Porque podías aparecer por cualquier esquina.
Porque a la vuelta me dejabas acompañarte.
Porque tu sonrisa aún hoy me reconforta.
Porque ni a miles de kilómetros dejé de oír tu voz.
Porque todo estaba por llegar.
Porque nada me ataba.
Porque las tristezas eran limpias.
Porque el dolor era dulce.
Porque las calles eran nuestras.
Porque me emborrachaba con el aire.
Porque amanecía más pronto.
Porque me moría por verte y por no verte.
Porque dibujaba elipses entre el sol y mi corazón.
Porque no podía parar de reír.
Porque ni la mala memoria puede con él.
Porque el 12 de marzo parecía un día cualquiera.
Porque el mes de abril duró 12 meses.
Porque no llovió ni una sola vez.
Porque no sabía que algún día se terminaría.

martes, abril 10, 2007

Cualquier noche


Como ésta.

Una noche en mitad de la semana, cuando nadie observa, cuando nadie sabe. Nada hay que la haga distinta a cualquier otra, porque todas las noches tienen una textura reconocible para el que sueña o para el que está despierto. Las horas del día se prestan más a la diferencia, porque hay ese ruido incesante de la vida en movimiento. Pero desde el momento en que se hace la oscuridad, entramos en un terreno peculiar. Familiar para nuestro yo más profundo. Y somos nosotros mismos quienes le damos a ese momento el carácter de familiaridad. Porque la noche es, esencialmente, estar a solas con nosotros mismos. Con nosotros y con lo que somos. Con lo que tememos. Con lo que esperamos. Y eso nos acompaña desde siempre y para siempre.

Hay diferentes fases: la conciencia de estar en ese lugar, mientras los sonidos de lo cotidiano se extinguen; el vasto abismo de la madrugada, interminable, donde cabe cualquier pensamiento, cualquier certidumbre y donde todos los interrogantes levantan las cejas con expresión desafiante; y por último, el primer atisbo de amanecer. Ése es mi momento preferido. Porque todo está recubierto de una pátina de irrealidad, donde los sentidos más profundos y aletargados se explayan y durante un instante (sólo un instante), la más irresponsable de las inconsciencias te hace creer que ese día será distinto.

Tal vez ni siquiera el día más negro sea capaz de neutralizar la fuerza de ese simple instante de loca ilusión.

Y tal vez muchos estén tan perdidos y tan muertos que pasen de largo por ese momento, durmiendo.

lunes, abril 09, 2007

Una sensación

Como cuando miras a tu alrededor y te das cuenta de que nada te sonríe.

viernes, abril 06, 2007

Salir


Salir y prender fuego a todos los momentos grises. Que se esparzan las cenizas del olvido y nublen la espera del abandono. Duele cada hora perdida. Cada lugar que dejo de acariciar con el pensamiento. Me paso el día alrededor de gestos inútiles. Sólo un vínculo difuso me une con otras sombras, que se pierden dentro de otras sombras más grandes, ciegas y muertas en vida. De vez en cuando, la inercia me devuelve al desasosiego. Suave primero, hiriente después. Y no puedo ni quiero dejar de pensar en un reflejo, en un instante, el destello de una encrucijada en la que todo se vuelva del revés y empiece a tener sentido. Me juego la vida sin saberlo, cada vez que miro hacia otro lado. No entiendo de dónde me viene esta tristeza extraña, amarga y confortable. Es como el agua cubriendo la roca, que no deja rastro aparente, pero que desgasta poco a poco, hasta acabarme, mientras me dejo la piel en una esquina iluminada con la luz de un verano imposible. Hasta que no queda de mí sino un peso muerto en el aire. Detrás de cada silencio hay un infierno de pensamientos incomprensibles, que sólo cobran sentido una vez se han esfumado. Y cuando me doy cuenta, ya es hora de echar a andar otra vez. Hora del frío. Hora de salir.