miércoles, mayo 30, 2007

Esa cena de los idiotas


D. estaba impertérrito, con la felicidad estúpida y silenciosa del amor "en flor" que dirían los Nirvana.
M.J. estaba, como siempre, feliz de tener a los niños lejos por un rato. Pero sin dejar de hablar de ellos, porque al fin y al cabo tampoco tiene otra cosa que decir.
J.C. estaba deseando que se acabase, pero fue el último en irse.
C.A. estaba de espaldas. Jo.
M.A. estaba lejos. Más jo.
F.M. estaba descolocadísima, aunque aparentase disfrutar el momento.
I.F. estaba más alta que nunca.
C.G. estaba muy borracho. Pero tan cargante como cuando va sobrio.
M.F. estaba con el punto y coma etílico, pero muy gracioso.
M.L. estaba en su salsa, como los mejillones.
F.J. estaba menos divertido que de costumbre, aunque él creyese lo contrario.
M.R. estaba preciosa, con su barriguita de cuatro meses. Ojalá esta vez sí cumpla los nueve.
A. estaba fuera de juego, porque por una vez no era la que más gritaba.
M.T. estaba demasiado pendiente de la comida.
T.A. estaba simulando no saber nada, cuando probablemente sabe más que nadie.
P.C. estaba como un niño jugando a ser mayor, lástima que todos los demás fuésemos más niños que él.
P.O. estaba jugando a lo contrario que P.C. con menos éxito aún que él.
M.D. estaba añorando a los mulatos del Caribe y se tuvo que conformar con los Pimientos del Padrón, como quien deshoja la margarita: "me pica, no me pica..."
T. estaba despreciando con la mirada a todos los que cada día pasan sin mirarle.
M.E. estaba mareada, pero menos que al día siguiente.
P.M. estaba involuntariamente cachonda y resignadamente contenida.
M.F. estaba intentando por todos los medios huir de su habitual gelidez, sin demasiada fortuna.
E. estaba callado, seguramente porque es el que más cosas tiene que callar.
M.P. estaba deseando llegar a casa para comerse un buen bocadillo de chorizo.
P.M. estaba incómoda, cosa que indudablemente le daba más morbo.
P.P. estaba, pero yo no la ví.
J.F. estaba como ausente.
M.C. estaba en su casa, porque se escaqueó.
I.B. estaba pensando en su hijito y él le reservaba una sorpresa de las que traspasan las sábanas y mojan el colchón.
M.O. estaba casi recuperada de la penúltima depresión.
V. estaba encantadora, porque no necesita emborracharse para transmitir buen rollo.

Y yo estaba observándoles a todos. Por última vez.

sábado, mayo 26, 2007

Sí, son las musarañas


Las veía.
Paseándose por los ángulos que formaban el techo y la pared. Se movían al compás de toses aleatorias y del "toc toc" de la tiza en la pizarra, en una contradanza silenciosa. Mientras la voz del profesor recitaba su conjuro a favor del aburrimiento, yo me deslizaba a lomos de aquellos bichos. Que me contaban hermosas historias sin sentido. Que ponían nombre a cada destello de la tarde en las persianas verdes. Miraba de reojo a los otros niños, sus caras de sueño y sus miradas embobadas. Me parecía increíble que ellos no las vieran, tan peludas y brillantes. En un momento dado, dejaban de hablarme, seguramente cansadas de aquel ambiente tétrico. Y se iban. Simplemente se esfumaban. Entonces ya sólo podía entretenerme dibujando monigotes a lápiz en el pupitre. Monigotes que hacían compañía a los de los niños de cursos anteriores, que seguramente ya serían viejos, como de 16 años o así. No me parecía que la clase se fuese a terminar nunca. Y nunca se terminaba. Siempre que me buscaba, me encontraba sentado allí, mirándolas o esperando que apareciesen. Ahora algo ha cambiado. Ya no las veo desde el pupitre de madera pintada de verde. Ahora las veo desde una mesa de oficina pulcra y sin monigotes. Rodeado por otros niños que son viejísimos, pero que tienen idénticas caras de sueño e idénticas miradas bobaliconas que los niños de antaño. Sin embargo, sé que ellas son las mismas, porque me observan de la misma manera y me cuentan las mismas historias.

viernes, mayo 25, 2007

Te arranco mis ojos


Mirar alrededor. Sentir tirantes las raíces metálicas de mi alma, enfurecidas, ancladas al fondo de este abismo. Meter la mano en el bolsillo y sacar una huella del pasado arrugada y sucia. Nuestra huella imborrable. Transfigurada en un recuerdo tibio, sin forma, como esta desesperación, que a veces me recuerda a un grito silencioso y otras veces se arrastra en círculos en torno a mi impotencia. Esta noche, cuando me embargue la tristeza al ver que ya no brillas igual, me inventaré otro nombre para ti y otra historia para nosotros. Y cuando me hables, tendrás otra voz, que tendré que aprender a añorar. Acariciar ese silencio que precederá a la tormenta. Escalofrío cuando me mires. Cuántas veces te he querido imaginar, en lugar de acariciarte. Ahora prefiero no quedarme a esperarte estando a tu lado. Te arranco mis ojos. No saber lo que aguarda y luego querer morir por haberlo sabido. Mirar alrededor y dejar que la mentira de una noche vulgar me engañe de nuevo. Como todas las que no he sabido olvidar. Mirar alrededor. Y sólo ver hacia atrás.

martes, mayo 22, 2007

¿Para qué sirve una fotografía?


¿De qué me sirve un instante congelado en el tiempo?
Algo que no podré recuperar y que sólo obedece a un impulso pasajero, del que nada efectivo permanece.
¿Para qué recordar un momento que nada significa y que no refleja más que una impostura forzada?
Rostros que ya no existen, lugares inhóspitos en los que nada de nosotros queda, sin relieve ni olor, rodeados de siluetas sin nombre.
Tan falso como un gesto a destiempo.
Tan inútil como los propios recuerdos.

lunes, mayo 21, 2007

"La noche del oráculo", de Paul Auster


Alucino de cómo Auster es capaz de dar vueltas y vueltas en torno a su particular universo sin repetirse nunca, avanzando y enriqueciendo su trayectoria.

En esta novela, que seguía a la magistral "El libro de las ilusiones", nos propone un nuevo reto, a base de una estructura compuesta de muñecas rusas, en forma de tramas paralelas. Y después de terminarlo, me da la sensación de que pocas veces Auster ha hablado tanto de sí mismo como aquí, con excepción de lo que hizo en "La invención de la soledad".

De nuevo se pregunta sobre el proceso creativo, la naturaleza del azar y la introspección que analiza el entorno vital del personaje principal (un escritor, naturalmente). Pero lo hace de un modo muy cercano a la novela negra (el homenaje a Hammett no es casual). De hecho, si "El país de las últimas cosas" era la novela de C.F. de Auster o "La música del azar" era su novela gótica, "La noche del oráculo" (al igual que la "Trilogía de N.Y."), es una visita al universo del género negro. Eso sí, pasado por su tamiz creativo.

Es un libro engañoso. Engañoso porque aparenta ser una obra ligera. Por su extensión, por el modo de introducirnos en la trama, porque seguía a una obra particularmente ambiciosa... pero a poco que te adentras en ella, caes en la cuenta de que se trata de un trabajo denso y elaborado. Casi un compendio de su obra anterior. Y que todo está muy, muy concentrado. Hay que leerlo con calma, porque se corre el riesgo de que algunas de las ideas se escapen, entre párrafo y párrafo.

Es posible que los mecanismos del azar sean lo que constituye el epicentro argumental. Pero al mismo tiempo, también encontramos referencias de amplio calado acerca del dolor de la pérdida, de la renuncia a los ideales, de la búsqueda existencial, de la culpa...

Del mismo modo que en "El libro de las ilusiones" se reflexionaba acerca del poder curativo y transformador del arte, aquí se reflexiona acerca del poder de la palabra, del lenguaje como vehículo profético.

Me da la sensación de que nunca Auster y David Lynch han estado más cerca que en esta novela. ¿Cómo desligar esta historia de guiones como el de "Carretera perdida", con personajes desdoblados, tramas que caminan en planos paralelos, figuras ominosas que parecen incidir directamente en el destino de los protagonistas...?

Hablaba de la estructura de muñecas rusas. Y resulta particularmente azaroso comprobar que una vez llegamos al final, lo que nos queda es la propia realidad. Nuestra realidad. Que tal vez es otra muñeca rusa más. Que tal vez alguien está escribiendo nuestra propia historia y nosotros no somos sino personajes accidentales, destinados a terminar triunfantes... o encerrados en un vacío sin salida, sin vuelta atrás. Como una idea deshechada.

domingo, mayo 20, 2007

"Zodiac", de David Fincher


De un modo diametralmente opuesto al tratamiento otorgado en "Seven", Fincher aborda su retrato de un asesino en serie real de forma enteramente realista. Y cuando digo realista, lo hago aplicándolo al más amplio sentido del término: desde el punto de vista de la puesta en escena, de la descripción de los personajes, de la evolución de la trama...

Tras un primer segmento donde se nos muestra la aterradora naturaleza del criminal, con un prólogo escalofriante y una tensión como hace mucho tiempo que no veíamos, con la joven pareja acechada en el descampado, aparecen los personajes que irán desarrollándose a lo largo de la historia.

Poco a poco, a medida que les vamos conociendo y a medida que, a su vez, avanza la investigación (ritmo incesante y tremenda densidad de información), nos vamos metiendo en su piel. Y entramos en el terreno que más parece interesarle a Fincher: el de plasmar la obsesión por desenmascarar al criminal. El modo en que un aparente caso como cualquier otro, se va convirtiendo en el centro de sus existencias.

Conforme va pasando el tiempo sin resolver el caso, uno tras otro, va cayendo en el desánimo. Y de un modo indeleble, las acciones del asesino y esa interminable investigación afectan a sus vidas. En ese sentido, resulta brillante la concepción del personaje de Gyllenhaal, que durante gran parte del filme no pasa de ser un mero testigo de los acontecimientos, para coger el relevo de protagonismo en el momento preciso.

Podría decirse que, en cierto modo, nos hallamos ante una versión americana de la fabulosa "Memories of Murder", película coreana con la que "Zodiac" comparte varias cosas, especialmente en lo relativo al punto de vista desde el que se aborda la historia: sutil y creíble.

Todo en la peli es brillante: empezando por la ambientación. Y al decir "ambientación" no me refiero al modo de rodar o desarrollar la trama (que también) y que nos puede remitir directamente a los clásicos thrillers de la época, sino sobretodo al retrato de unas formas de vida, de un modo de observar la realidad cotidiana, que parecen sacadas directamente de aquellos tiempos. Asimismo la utilización de la música, las interpretaciones (Mark Ruffalo destaca especialmente, por la forma en que consigue dotar de naturalidad a su personaje) así como Downey Jr. o Gyllenhaal, que se adueñan de unos personajes que parecen escritos para ellos y que Fincher conduce sabiamente, para que (sobretodo en el caso de Downey Jr.) no se pasen de rosca. Incluso es capaz de salpicar la acción de momentos llenos de comicidad: el contrapunto que forma el matrimonio que desentraña el primer criptograma, como oposición a todos los conglomerados de las fuerzas de seguridad estadounidenses; o el momento de las chapitas que rezan "Yo no soy Paul Avery", sin que para nada chirríen en el contexto argumental.

A destacar también, como algo fundamental, el modo premeditado en que Fincher rehúye el efectismo. Cosa importantísima, a la hora de que nos creamos todo lo que se cuenta. No sólo a nivel argumental (con pasos en falso, callejones sin salida, líneas de investigación truncadas, etc.) sino desde el punto de vista formal, con el virtuosismo justo con la cámara, algo que queda sobradamente compensado con la fuerza de las imágenes. En ese sentido, como algo que describe perfectamente y que viene a resumir la naturaleza de la obra, está ese final anticlimático en el pequeño comercio donde periodista y el presumible criminal están cara a cara y no sucede absolutamente nada. Final que nos retrotrae de nuevo a la comentada "Memories of a Murder".

En fin, es admirable cómo el director de "Seven" ha conseguido volver a un tema que ya había abordado de un modo magistral, pero dando un giro de 180 grados a la forma de tratarlo. Demostrando asimismo que no necesita de filigranas visuales ni de recursos llamativos para llenar la pantalla de vida y de brillantez creativa.

Si "Heat" de Michael Mann demostraba que se podía evolucionar y contar desde una óptica moderna (en el mejor sentido del término) la clásica historia de policías y ladrones, "Zodiac" demuestra que se puede reinventar y capturar una época ya perdida (los años 70), sin recurrir a las banalidades formales (vestuarios estridentes, zooms cantarines...) que serían los recursos más facilones.

Así pues, tras la decepcionante "La habitación del pánico", puede decirse que los 5 años transcurridos le han servido al cineasta norteamericano (además de para forrarse rodando anuncios) para recuperar el pulso demostrado en obras maestras del cine contemporáneo como "Seven" y "El Club de la Lucha". Y no es que "Zodiac" esté a esas alturas de excelencia, ni que contenga la misma carga emocional para mí (la sensación que me embargaba la mañana que vi por primera vez "El Club de la Lucha" es algo difícilmente repetible), pero sí denota el mismo talento tras la cámara que brillaba en aquéllas.

jueves, mayo 10, 2007

"No amarás", de Krystof Kieslowski


El amor secreto.
El amor callado.
El amor naciente y el amor moribundo. La muerte en vida.
La mirada.
A través de una serie de viñetas férreamente unidas por la insoportable fragilidad de lo cotidiano, asistimos al devenir de una historia particular, pero universal. Que va directamente al meollo, al tuétano de la naturaleza del amor. Sin medias tintas. Que nos hace sentir culpables, como espectadores. Por introducirnos de un modo tan obsceno en algo tan íntimo.
El amor es dolor y pérdida.
Es la espera incesante y angustiosa de un momento ideal.
El joven enamorado de la película es a la vez el dios y el esclavo. El héroe y la víctima. El ser más feliz del mundo y el más desgraciado. Tan sólo un instante le separa del cielo o del abismo.
Pero cómo duelen las palabras y los gestos.
Cómo hielan y queman los silencios.
Y al final, el intercambio de papeles.
La figura deseada y ajena cierra los ojos y ve. Descubre.
Y nosotros nos quedamos mudos. Devastados.

miércoles, mayo 09, 2007

Esclareciéndome


Un día más en el sitio equivocado. Tengo que perder la costumbre de seguir con los pies el compás de los martilleos de mi cabeza. Y de darle lengüetazos al moho que deja el crepúsculo en el cristal. Es como ese vértigo sucio y gastado, que viene a mí envuelto en papel de regalo color gris y que abro con gesto repetido las mañanas de domingo. Me sé de memoria el sabor del aire que respiras y tú no sabes ni cómo me llamo. Busco una lágrima de verdad entre la miseria espesa de cada anochecer, entre mis latidos desacompasados y el silencio de tu pecho, que es mi música preferida. No sé a quién pretendo engañar. Tengo el resto de mi vida para buscar ese lugar donde sentarme a esperar que algo empiece a cambiar. Tal vez el otoño traiga esta vez algo más. Porque el verano se anuncia demasiado ruidoso y vacío. Ya no me importa tratar de hacerme entender a todos los que caminan atados al suelo, ni me apetece preguntarles dónde se compraron la cuerda. Prefiero pasarme el rato prometiéndome cambios que nunca llegan. Seguir buscando en sueños otra pesadilla donde no aparezcas tú. Solo. Ahorrar para comprarme un billete de ida hacia un universo paralelo y pasarme todo el viaje durmiendo, o imaginarme un remolino de aire en mitad de la tarde, que me acaricie como tú solías hacerlo antes de convertirte en una estatua de carne helada. Y desertar de todas las batallas. En realidad no sé si ponerme a gritar o encerrarme en tu recuerdo y tirar la llave al mar.

lunes, mayo 07, 2007

Ojalá fuese cierto


Y ahora me voy. A contar pájaros ardientes carbonizando nubes grises. Dejo que mi yo irreal deambule con otro disfraz, igual de frágil pero más creíble. Sin prisas. Sin que nadie sepa qué soy. Nada impide que veas a través de mí, aunque no hay nada que ver. Seguirás tratándome como si fuese de verdad algo corpóreo y no un accidente de aire y luz. Te preguntarás por mis reacciones y a qué obedecen, cuando no son más que expresiones abstractas, imitaciones torpes de comportamientos aprendidos. Me oirás hablar sin que mis palabras calen en ti, porque mueren entre el aire y tu pensamiento, tal es su intrascendencia. Sólo finjo que estoy aquí. Me mimetizo con el paisaje que nos rodea, como si fuese parte de él. Igual de cierto. Me pregunto qué ves en esta sombra transparente. Y de repente me asalta una duda. No sé en qué momento empecé a irme, en realidad. Y si llegué a ser alguien alguna vez. Si llegué a ser yo en algún momento o siempre he sido quien no fui. En esta piel rugosa y cansada de deambular en círculos, alrededor de algo que tú llamarías mundo real y que para mí sólo es un escenario vacío, donde actúo haciendo ver que vivo. La idea que tienes de mí es mucho más cierta que yo mismo. Y mañana, cuando me veas llegar, no habrá pasado nada. Pensarás que nunca estuve lejos de ti.

Hoy, en el autobús: Ana


Ana piensa en la semana que le espera. Mientras se suceden las paradas, no puede evitar anticiparse al agobio de cinco días llenos de prisa. Es como si a sus cuarenta años tuviese que correr mucho, para tratar de recuperar todo el tiempo que se le ha ido escapando, casi sin darse cuenta. Tal vez por eso se aferra a su trabajo, como quien se agarra a una tabla de madera que flota en mitad de un naufragio. Olas de recuerdos la rodean. Olas que se deshacen las unas contra las otras. Hace unos meses, cuando decidió volver a trabajar después de varios años en casa cuidando de su pequeño, todo eran expectativas e ilusiones renovadas. Era un reenganche al mundo exterior, a la vida activa. Pero conforme ha ido pasando el tiempo, se ha ido dando cuenta de que la desidia y el aburrimiento tan sólo han dejado paso al apresuramiento y el cansancio. Y lo peor es sentirse reflejada en esos otros rostros anónimos de la marea cotidiana, como los que ahora la rodean en el autobús, porque no atisba en ellos nada de lo que ella quisiera encontrar cuando sale a trabajar cada mañana. De momento no ha aceptado rendirse, porque a pesar de todo, la sola idea de volver a todas esos días repletos de silencio en la casa, le llena de tristeza. Pero desde hace unas semanas, una sensación de fracaso se deja sentir de vez en cuando. El vehículo frena y se abren las puertas. Ana se apea y camina. Camina muy deprisa. Alguien se la queda mirando y tiene la sensación de que esa mujer bien arreglada pero con rostro cansado, más que llegar tarde, se escapa de algo.

domingo, mayo 06, 2007

La primera línea de mi currículum


A veces no es necesario irte al desierto para sentirte en mitad de un paisaje desolado. Recuerdo una oficina donde las horas se arrastraban, viscosas. Donde el perfume a ambientador barato enmascaraba el olor del fracaso. Frente a cada una de las cinco mesas se desgastaba una vida. Cada una de ellas distinta en apariencia, pero todas ellas con un fondo igualmente gris. No había aire. No había claridad. Por no haber, no había ni ventanas. Y tan sólo adivinabas que el mundo seguía girando por el rumor sordo del tráfico, amortiguado por el yeso húmedo e impenetrable. Una luz amarillenta y cansina, que no dejaba respirar ni a las sombras de los rincones. Y el sonido chirriante y mecánico de las máquinas de escribir, los papeles cambiando de lugar y alguna tos ocasional. Los lunes empezaban con silencios soñolientos y resignados. Y los viernes acababan con una patética simulación de alegría y con la mínima expresión de frágiles esperanzas, siempre con fecha de caducidad. Cada pequeña oportunidad de escapar a la rutina era recibida con un entusiasmo casi infantil. Pero enseguida, la presencia ominosa del triste y abominable ser que gobernaba aquellas cinco vidas se encargaba de hacerles sentir como monigotes de papel arrastrados por el viento. Eso era lo peor de todo. La certeza de irreversibilidad. Aquella habitación era una trampa mortal, de la que nadie podía escapar. Yo todavía no sé cómo lo conseguí. Y aún así, creo que una parte de mi energía juvenil quedó impregnada en aquellas cuatro paredes.

viernes, mayo 04, 2007

Momento circunferencia


Hoy, en menos tiempo del que tarda en llegar la angustia desde la cabeza hasta el estómago, mi vida ha dado un giro de 360 grados. Primero se ha vuelto del revés y después se ha quedado como estaba. Y no me he dado cuenta de nada hasta bastante después. Ha sido como cuando un hueso del brazo o de la pierna se te sale del sitio y al cabo de una milésima de segundo se vuelve a poner bien. No sientes el dolor hasta que ya ha sucedido. En este caso, más que dolor ha sido la conciencia de ver hasta qué punto todo puede irse a la mierda y volver (o no) en ese infinitesimal lapso de tiempo. Mientras ha durado, he vuelto sin saberlo a otros tiempos, tiempos en los que cada mañana me asomaba al abismo como quien mira por la ventana a ver el tiempo que hace. Supongo que debí haberlo imaginado. Es como un recordatorio de hasta qué punto el suelo es menos firme de lo que parece. En momentos así, me siento como en una función donde el payaso sustituye al funambulista, sin que el público lo sepa. Y son cíclicos. Siempre vuelven. Cuando menos te lo esperas. Esta vez, la inercia me ha hecho volver al punto de partida. Es posible que la próxima me encuentre de repente en mitad de ningún lugar, donde ya he estado demasiadas veces.

jueves, mayo 03, 2007

Vuelve la pesadilla


Vuelve la pesadilla.
De nuevo el martirio de las tardes perdidas miserablemente.
El sudor, la desolación.
Vuelve la angustia y el desasosiego arañando en las paredes del estómago.
Repetir una y otra vez la misma letanía inútil y vacía, hasta que las palabras dejan de tener sentido.
Una melodía monótona y cansina, abriéndose paso y chocando con las paredes chorreantes de mi habitación.
Agujetas en el cerebro.
Resaca en los nervios.
Y la sensación de impotencia, la rabia callada, el fracaso acechante.
Hasta que se confundan y se mezclen los silencios con la desesperación.
Vuelve la pesadilla y amenaza con durar todo el verano.
No hay nada que hacer.
Se han convocado las putas oposiciones.

Hoy, en el autobús: Alfredo


Alfredo viste una cazadora de cuero marrón, camisa amarilla y unos pantalones verdes. Debe tener unos 35 años y lleva barba. Pelo castaño y ojos claros. A primera hora de la mañana ha cogido el autobús, para ir a trabajar. Su semblante es sereno y serio, aunque no alcanza la tristeza. Más bien se diría que expresa un conformismo resignado. Seguramente no ha dormido bien, porque bosteza en un par de ocasiones. También se remueve varias veces en el asiento del bus, como si no acabase de encontrar la postura. De vez en cuando mira por la ventanilla, hacia las calles aún no demasiado transitadas, pero no parece que nada capte especialmente su atención. En realidad, durante la mayor parte del trayecto está mirando al vacío. Por un momento, parece a punto de iniciar un gesto que rompa esa calma aparente, pero soy incapaz de adivinar en qué sentido. Finalmente no es así. Continúa quieto y callado, como si en el último momento se lo hubiese pensado mejor, o no hubiese encontrado la forma adecuada de mostrar lo que quería mostrar. Yo creo que se siente un poco perdido, en mitad de la ciudad, en mitad de la semana, en mitad de ninguna parte. No va a tomar ninguna decisión, porque no parece haber opciones por las que decantarse. Éste va a ser un día como cualquier otro, que pasa y ni siquiera se olvida, porque en ningún momento se ha llegado a vivir conscientemente. Un día que se confundirá con muchos otros, en la maraña de los gestos cotidianos y de las jornadas grises. Final de trayecto. Sólo quedamos cuatro o cinco pasajeros al llegar la última parada, además de Alfredo. Pero él es el último en bajar. De hecho, tarda más de lo que debería, como si no supiese que ése es el punto de destino. O como si no quisiese saberlo.

miércoles, mayo 02, 2007

El muñeco


El muñeco de trapo azul y blanco tendido sobre la cama, si hubiese podido ver, hubiese visto asomar los primeros rayos de sol a través de la persiana a medio bajar. El día prometía calor y agobio. Poco a poco los primeros movimientos en la casa se fueron convirtiendo en las prisas cotidianas de las primeras horas de la mañana. El muñeco asistía imperturbable a las idas y venidas de los miembros de la familia, pero no se podía permitir pensar, por no tener cerebro ni vida. Al cabo de un cierto tiempo, todo fue silencio. La casa se había quedado vacía. Amortiguados, los sonidos del exterior indicaban el devenir incesante de la ciudad en movimiento. Y las horas empezaron a pasar. A medida que avanzaba el día, las sombras en la pared se iban trasladando de lugar, cubriendo diferentes zonas de la habitación y dejando ver otras que hasta entonces habían permanecido ocultas. Al fin, alguien llegó. Después, poco a poco, la familia al completo se hallaría de nuevo reunida. Si el muñeco hubiese podido oír, lo que más escucharía sería el sonido del televisor, allá en el salón. Y de vez en cuándo, el ocasional chocar de los cubiertos contra los platos. Algún tiempo después, los niños volvieron a irse, no sin antes trastear un poco en la habitación, pero no con él. No con el muñeco. Para ellos, él tan sólo era un objeto más, sin función ni sentido alguno. A continuación, eran los padres quienes abandonaban la casa. Era entonces cuando daba inicio el período más desolador e interminable de cada jornada. Aquellas horas de la tarde se harían eternas para el muñeco, si hubiese tenido forma de medirlas. Todo eran rumores confusos, completamente ajenos a él. Si hubiese podido pensar, hubiese deseado estar en cualquier otro lugar, donde poder sentirse parte de algo. Pero no podía. Estaba atenazado por la imposibilidad de cualquier cosa. Pero tampoco podía preguntarse acerca de eso. Era un simple objeto de tela, blando y viejo. La oscuridad empezó a ganar terreno. Y justo cuando apenas se veía nada, ruido de llaves en la cerradura. La familia llegaba de sus quehaceres diarios. Entonces sí, todo fue algarabía y el hogar se llenó de vida. Con todas las luces encendidas, con todas las habitaciones ocupadas y cada objeto cumpliendo su función. Excepto él. El muñeco seguía limitándose a permanecer sobre la cama, mientras los niños hacían los deberes, discutían y se peleaban. Luego vino la hora de la cena, que casi era un calco de la hora de la comida, sólo que todavía se escuchaban menos conversaciones y las voces sonaban más cansadas. Finalmente, tras un rato en silencio ante el televisor, uno a uno los niños se fueron a dormir. Ya sólo quedaba el matrimonio en el salón. También se habían ido apagando paulatinamente los otros ruidos, los que hacían los vecinos, aunque el muñeco no era consciente de eso, al igual que de ninguna otra cosa. Al cabo de un par de horas, el hombre y la mujer se metieron en su habitación, cerrando todas las luces de la casa y sumiéndolo todo en la oscuridad. Entonces, cada noche, en silencio, el muñeco de trapo azul y blanco, tendido sobre la cama, si hubiese podido, se hubiese hecho tantas preguntas... hubiese querido cambiar tantas cosas... Pero no podía. Así que se limitó a quedarse allí, porque al fin y al cabo no podía hacer nada más. Y la noche transcurrió, como todas las noches. Sin que él se diese cuenta. Hasta que los primeros rayos de sol asomaron a través de la persiana a medio bajar.

Jeff Buckley


De vez en cuándo sucede que nos topamos, a veces de las formas más insospechadas, con artistas especiales. Artistas cuyas obras no se limitan a agradarnos, sorprendernos o entretenernos, sino que van muchísimo más allá. Nos penetran directamente en lo más hondo y nos conmueven de una forma increíble.

Cuando escuché por vez primera el álbum "Grace", no fue necesario entrar en él poco a poco. Desde el primer instante descubrí a un alma que se comunicaba directamente con la mía. Aquellas canciones, "Last Goodbye", "Grace", "Lilac Wine", etc. estaban preñadas de una sensibilidad que se me antojaba casi sobrenatural. Porque además no se parecían a nada que hubiese escuchado hasta entonces. Ese estilo tan personal, esa voz, esa música... constituyen un conglomerado de sensaciones que resulta por un lado imposible describir con palabras, pero que al mismo tiempo uno sabe fehacientemente que están ahí, porque han llegado por igual a otras personas. Y eso es casi lo más hermoso de todo. Cuando hablo con alguien sobre este álbum, no hace falta que me devane los sesos en explicar lo inexplicable, porque compruebo que el mismo efecto devastador que provoca en mí, lo ha provocado en ellos.

A todo ello se añade el aura de "maldito", por esa desgraciada muerte prematura, que convierte a la escasa obra que Jeff nos dejó en vida en un legado tan breve como irrepetible. Sin embargo, he comprobado que su poder de hechizo es inagotable. Por muchos cientos, miles de veces que pueda haber escuchado "Dream Brother", "Mojo Pin" o "Corpus Christi Carol", permanece intacto todo el poder que desprenden. Son canciones sencillamente inabarcables.

No importa que cada vez resulte más difícil hallar talentos que siquiera se aproximen al suyo (seguramente Antony and the Johnsons son lo más parecido, en cuanto a la transmisión de sensaciones, de entre todo lo que he escuchado últimamente), porque ocurra lo que ocurra, la obra de Jeff estará ahí, para quien precise de un poco de luz, aunque sea una luz triste y a veces dolorosa, enmedio de este cúmulo de oscuridades que nos asolan a los pobres mortales, los que no disfrutaremos de la "vida eterna" (parafraseando el título de otra de sus joyas), que sólo es privilegio de los Creadores como él.

martes, mayo 01, 2007

"La Fuente de la Vida", de Darren Aronofsky


Vaya por delante que iba a verla con algunas reservas, porque no soy (precisamente) de los que se derriten con "Réquiem por un sueño" que siempre me ha parecido una película estimable pero demasiado lastrada por el tremendismo y el trazo grueso.

Dicho esto, "The Fountain" es una de esas películas que "hay que ver". Aunque sólo sea por lo audaz de la propuesta. Una audacia que a la postre no acaba de cristalizar del todo, pero audacia a fin de cuentas. Me explicaré:

Es audaz pretender hablar de temas así, en un contexto como el del cine actual. Incluso para alguien mimado por cierto sector de la crítica y del público. Es audaz hacerlo de una forma tan ambiciosa, abordando distintos tonos formales, incluso distintos géneros cinematográficos al servicio de una idea principal. Lo que no resulta tan audaz (y ahí viene el hándicap más grande que le veo al filme) es el no haber sido capaz de penetrar hasta el fondo en las posibilidades que se apuntan.

¿Aronofsky ha pisado el freno por miedo al descalabro comercial?, ¿le han obligado a hacerlo? Estoy hablando, principalmente, de un mayor alcance en lo que atañe a la narración. A la peli le falta como mínimo una hora. No se puede pretender hablar de temas tan Grandes, plantearlos en un marco temporal tan extenso y variar con tanta frecuencia de tono en poco más de hora y media. Necesariamente el resultado se resiente, porque aunque todo lo apuntado es notable y hasta deslumbrante en algunos momentos, la sensación es de que la obra peca de cierta inconsistencia. Como si el personaje de Hugh Jackman (excelente interpretación, con gran abanico de registros) fuese todavía más profundo y rico que la historia que vemos. Está muy bien darle al espectador las claves y que sea éste el que tenga que terminar de pulir los mensajes y las lecturas más introspectivas que se plantean... pero creo que a la película le falta bastante de esa enjundia. Que Aronofsky podía haberla plasmado, si hubiese querido, o le hubiesen dejado.

Por otro lado, hay alguna otra laguna, como el/los personaje/s de Rachel Weisz, que no son más que presencias quasi fantasmales. Y desde luego, nada apreciables desde el punto de vista interpretativo. Me pregunto qué directrices le debió dar Aronofsky a la actriz británica, en ese aspecto. Diríase que Rachel Weisz es casi una "voz en off" con cara y ojos, dentro de la película. Y no me vale que el centro neurálgico del filme sea el personaje de Jackman, porque ese personaje precisa de su motor vital, del necesario contrapunto que dé sentido a lo que busca. Si a eso se añade que la opción que adopta el director para contar parte de la peripecia del protagonista (aquí me refiero específicamente a su encarnación como investigador y la relación con la enferma de cáncer), no me parece la más acertada, porque en algunos momentos se tiñe de un tono excesivamente lacrimógeno, pues tendremos otro de los puntos flacos de la película. Me parece que todo ese tramo de la obra se podría haber abordado de un modo menos visceral y más en consonancia con los elementos más espirituales que dan sentido a la trayectoria del protagonista, a través del tiempo. Aunque bueno, todo esto resulta ciertamente opinable.

Eso sí, el apartado visual es excepcional. Y no me refiero únicamente a los efectos especiales, sino a la fotografía, a la atmósfera conseguida en cada uno de los paisajes narrativos, etc. Asimismo, la mixtura de géneros resulta francamente estimulante, porque no chirría prácticamente en nada (a excepción de lo anteriormente apuntado).

Con todo, a pesar de ser una obra caracterizada por la irregularidad, resulta estimulante por su valentía. Y particularmente, me parece una obra más honesta y madura que "Réquiem por un sueño".

A ver si en la próxima Aronofsky sigue igual de valiente, pero echa el resto. Porque está claro que capacidad no le falta.