
En 1989
Mark Lanegan inició una carrera en solitario, paralela a la de su banda de toda la vida:
Screaming Trees. Su primera obra,
“The Winding Sheet” ya contenía todos los rasgos que iban a integrar su estilo de hacer música: una voz profunda y rota, gran presencia de guitarras acústicas y melodías de diabólica, dolorosa intensidad.
Su siguiente trabajo no llegó hasta 1993 y se llamó
“Whiskey For The Holy Ghost”. Se trata del que, para mí, es su mejor álbum. Una colección de temas definitivamente tocados por la varita mágica de la inspiración, llenos de un intimismo desgarrador. Por mucho tiempo que pase, esa atmósfera de soledades nocturnas, con aroma a licores baratos y aliento de perdedor, me sigue provocando el mismo efecto devastador en el alma.
El álbum se inicia con
“The River Rise”, donde las notas cálidas de la guitarra de
Mike Johnson acompañan a los lamentos hechos voz de
Lanegan, en un inicio que ya nos encierra el corazón en un puño tembloroso.
A continuación, el primer trallazo de desgarro total:
“Borracho”. Un tema que más que cantar,
Lanegan parece implorar, entre relampagueantes acordes guitarreros que nos hablan de noches perdidas y de los últimos tragos antes del amanecer, los más amargos.
Después encontramos el que se eligió como primer single del disco:
“House A Home”, el clip del cual se pudo ver bastante en la MTV (cuando la MTV aún se podía ver). Se trata de una canción más ligera, con un leve y delicado acompañamiento de cuerda.
“Kingdoms Of Rain” no es sólo uno de los más hermosos títulos de canción que jamás he visto, sino también una auténtica caricia hecha música. Lo que ocurre es que las caricias de
Lanegan suelen ser bastante dolorosas. Y si a su maravillosa voz, se le añade un órgano que suena a todas las cosas que nunca podrás tener y unos coros femeninos, como los de
Sloan Johnson, definitivamente el tema hace justicia a la belleza de su título.
Con
“Carnival” los arreglos de cuerda toman definitivamente el protagonismo trascendiendo todas las etiquetas que se le puedan poner a lo que estamos oyendo. Lo que estamos oyendo es simple y llanamente: emotividad en grado máximo. Cada una de esas cuerdas son como la vibración de una fibra muy íntima de nuestro ser.
El viaje sigue con
“Riding The Nightingale”. El tema más largo del disco, de nuevo con coros femeninos apoyando a un Lanegan cabalgando a lomos de las aves del atardecer y suplicando un poco más de tiempo. En el clímax de la canción,
Mark aúlla:
“I’m gonna cry now” y el lamento que se vuelve dulcemente insoportable.
Tras esto, otra pieza con título en español:
“El Sol”. Canción con aroma a despedidas amargas. Frías sombras adueñándose de los paisajes del alma. Tras el adiós, llegará la espera.
“Dead On You”. De nuevo un título que nos habla de dolor y desesperación. Vuelven a asomar las notas del órgano y los acordes acústicos de
Johnson juegan a iluminar nuestros rincones más oscuros.
Y al fin llega el tema más especial para mí:
“Shooting Gallery”. No sé por qué es el más especial, ya que no parece tener nada que no tengan los demás. Sin embargo, desde el primer momento en que escuché esta canción, me di cuenta de que jamás se iba a ir de mi vida. Dos guitarras acústicas envolviendo a
Lanegan y perfumando de nostalgia todo mi ser. Como esta pieza me destroza y me da la vida a la vez, siempre parece que el tiempo se detenga cuando la escucho.
Después de la catarsis anímica, Lanegan vuelve a cantarle a la luz desde las sombras en
“Sunrise”, con un irreconocible
J. Mascis de
Dinosaur Jr. en la batería y un suave saxo impregnando el tema de aroma a Jazz.
“Pendulum” está recubierta de toda la esencia del country-folk más elegante y
Mark susurra una sencilla estrofa que nos trae a la mente la desnudez de su primer disco en solitario.
Preludio al final que está al llegar,
“Judas Touch” es la canción más corta del disco, apenas superando el minuto y medio. Otra vez el aire se llena de texturas jazzísticas.
Y por fin,
“Beggar’s Blues”. Primeras notas,
“tren nocturno, luna de plata”… y sin ninguna prisa, poco a poco,
Lanegan nos cuenta su última historia, ayudándose para la ocasión con su armónica, mientras se aleja, como un antihéroe de western crepuscular. Despedida con aroma a polvo y fría madrugada.
“Whiskey For The Holy Ghost” es un disco del que no sólo jamás podría llegar a cansarme, sino del que, de hecho, no me es posible escapar por mucho tiempo. Pese a que conozca de primera mano los efectos que me puede llegar a provocar. Pese a que sepa fehacientemente que en ocasiones puede llegar a resultar una escucha dolorosa, por muchos motivos. Pero al mismo tiempo, es tanto el placer y la emoción que me produce cada uno de sus “rincones”, que toda aprensión se queda en nada.
A
Mark Lanegan le acompañan en este maravilloso álbum varios productores, todos ellos muy conocidos en el ambiente de Seattle y en la época en que se publicó. Están
Jack Endino, Terry Date, John Agnello… todos ellos conocidos por haber trabajado con las grandes bandas de aquel momento, en el sello
SubPop. Asimismo, colaboran músicos de muy diversa índole. Además de los ya mencionados, encontramos a
Mark Pickerel, Tad Doyle o Phil Sparks, entre otros.
¿Qué más podría decir? El licor de
Mark Lanegan, tan amargo y tan dulce, tan turbio y tan cristalino… En ocasiones lo puedo legar a sentir, mezclado con la sangre que me corre por las venas.